Desde las instituciones educativas hasta las organizaciones de empleadores y trabajadores, las propias empresas y asociaciones, o aquellos líderes encargados de formular políticas para el desarrollo; han de pensar en recobrar programas de formación para el fomento de habilidades en un mundo cada día más complicado en sus quehaceres cotidianos. Indudablemente, necesitamos trabajar todos a una, reinsertados y coordinados, para llevar a buen término la multitud de posibilidades que se nos presenten. No podemos continuar pasivos ante la triste realidad de los hechos, de que uno de cada cinco jóvenes en el mundo carezca de empleo, y lo que es más grave, de formación. Por cierto, tres de cada cuatro de estos jóvenes son mujeres. Ha llegado, pues, el momento de recuperar tiempos perdidos, de ilusionarse y de tomar un nuevo empuje, haciendo realidad el impulso de la justicia social y la propuesta del trabajo decente, que hasta ahora sólo figura en palabras.
En consecuencia, para empezar a mover hilos, resulta prioritario mirar más allá de la crisis del COVID-19. Quizás puedan ayudarnos los caminos recorridos por nuestros predecesores y el esfuerzo global del diálogo, mediante el debate de políticas desde una perspectiva universal. Todo hay que trabajarlo en unidad. Precisamente, si revisamos la historia, veremos que ya desde la creación del Programa Mundial del Empleo, allá por el decenio de 1970, una parte importante de las investigaciones de la Organización Internacional del Trabajo se centran en las políticas de innovación, en un orbe en rápida mutación. Quizás aún nos reste abordar los elevados costes sociales de una globalización, no reglamentada, que con la pandemia ha provocado una situación sin precedentes, con resultados nefastos, tanto económicos como sociales, a través de políticas sumamente dramáticas y desestabilizadoras.
Sin duda, el mejor rescate es comenzar por entendernos y no enfrentarnos en batallas inútiles; sin obviar el poder de lo pequeño y de la unión, que es la base de las sociedades resistentes y pacíficas. Tampoco podemos continuar con situaciones ociosas o indecentes, si en verdad queremos forjar una economía más justa. Es cierto, que durante los últimos años, las tecnologías digitales han transformado radicalmente diversos sectores, sacudiendo los fundamentos tradicionales de los mercados. Por eso, es imprescindible moverse con los tiempos actuales, pero también debe de considerarse esa voz que pide unas respuestas inclusivas y humanas, que mejoren todas las condiciones laborales de los asalariados, incluida la remuneración, el horario de trabajo, el acceso al mismo y la resolución de controversias. Pensemos que detrás de cualquier labor, hay siempre un sujeto vivo, hombres y mujeres, unidos de generación en generación en las distintas misiones profesionales.
En efecto, la cuestión del trabajo está profundamente vinculada con el del sentido del vivir diario; es una situación que nos realiza como ciudadanos, exigiéndonos espíritu solidario para afrontar el destino del mejor modo posible. La libertad de decisión es personal, pero las actitudes y las habilidades son más trascendentes que las propias aptitudes y las lentitudes. Reconozco, que me repelen esos sistemas productivos que adoctrinan, que nos dejan sin fuerzas para madurar y hasta sin tiempo para el descanso. Sea como fuere, por encima de los sistemas, regímenes e ideologías que intentan regular las relaciones sociales y el mundo laboral; ha de prevalecer nuestro espíritu creativo y no la barbarie de otras épocas; puesto que toda injustica que se comete contra un trabajador es un atropello a su dignidad. Pasemos página. Digamos adiós, de una vez por todas, a un trabajo de cautivos. Sin embargo, expresemos un sí rotundo, a esos programas internacionales para la erradicación del trabajo infantil y del forzoso; no en vano, el servicio seguro y saludable es el derecho de todos los laboriosos y constituye un pilar del progreso razonable. Ejercitemos la lección.