Nos movemos encadenados en mil historias, mientras el porvenir nos atormenta y el hoy se nos escapa. Son muchas las preocupaciones que nos acorralan. Si las fronteras se utilizan cada vez más para permitir la tortura y otras formas de trato cruel, degradante e inhumano, también los espacios abiertos tienen que ayudarnos a entendernos, no a enfrentarnos, como viene sucediendo. El respeto es esencial, puesto que la paz no conoce barreras. No podemos continuar mortificándonos uno a otros, con divisiones absurdas. Quizás tengamos que reforzar los vínculos de responsabilidad, activar la mente en acciones que nos fraternicen y poner más corazón en los quehaceres diarios. La autenticidad del ser, además, nos ayuda a entrar en diálogo. Ser más transparentes, nos hace sentirnos seguros en un planeta que es de todos y de nadie en particular. Desterremos, por consiguiente, los espíritus voraces de vidas, los aires de la crueldad en los ataques permanentes; así como la falta de consideración hacia los derechos humanos.
Ciertamente, nos tortura ese incierto destino donde impera la ley del más poderoso. Deberíamos desenmascarar todas sus mentiras. No somos nadie para privar a un ser humano de una vida digna. Desde luego, este monstruoso mal moral nos está dejando sin pulso. Deberíamos pensar y repensar en otros relatos más de encuentro. Todo en esta vida se hace en común. Al igual que la Comisión europeísta acaba de presentar una visión para construir una nueva Unidad Cibernética Conjunta para abordar el número creciente de incidentes graves que afectan a los servicios públicos, a la vida de las empresas y a los ciudadanos en toda la Unión Europa, de igual modo necesitamos otras atmósferas reconciliadoras con los moradores del planeta; máxime en una época de tantas crueldades y miserias, como trabajos inhumanos o de tráficos ilícitos, de explotación y discriminación, de graves dependencias.
Hace tiempo que el presente no lo vivimos como nos pertenece; y, por ende, el futuro tampoco nos entusiasma. Esto es muy grave, gravísimo. Sólo hay que ver la cantidad de personas que se suicidan a diario. No podemos convertir la vida en un trágico sin vivir. A mi juicio, los gobiernos del mundo deberían marcarse el objetivo de elaborar una estrategia nacional integral de prevención de este tipo de trastornos mentales. El fenómeno del abandono nunca será la solución. Uno por uno, nos merecemos sentirnos acompañados por alguien, con una asistencia personalizada y humana. En ocasiones, nos encontramos expuestos a una especie de invasión tecnológica que verdaderamente nos avasalla. Indudablemente, en la cultura de este bienestar material, el sentido de la vida en las situaciones de sufrimiento y limitación, se traduce a menudo en una pérdida de valores. Sólo parece movernos el corrupto interés.
En consecuencia, parece esencial hoy en día considerar ese presente como una presencia viva, que debe ayudar a llevar a cabo nuestras propias potencialidades humanas, como individuo y en el contexto social, con vistas a que juntos podamos salvaguardar ese otro cauce trascendental, la realización de la persona en un lugar donde se pueda vivir, con una morada digna y en un ambiente sano. Lamentablemente, cada día son más las personas excluidas y marginadas, que se encuentran sin trabajo, sin horizontes, sin salida alguna. Esto realmente sí que también es un suplicio. La falta de protección social hacia esas gentes, que todo lo soportan y aguantan, tiene que subsanarse. El amanecer próximo pasa por asistirnos unos a otros. La última enseñanza la podemos sustraer de la pandemia, que nos ha mostrado que solo unidos podremos cruzar horizontes y aclarar noches tenebrosas. Por tanto, es fundamental no arruinarnos el futuro, desperdiciando el presente, con contiendas inútiles que nos disgregan; cuando en realidad, el que más y el que menos, necesita apoyo para caminar.