Estamos inmersos en una reestructuración y planificación de nuestras economías después de un año y medio de parálisis por la pandemia de la Covid-19. Tras el proceso de vacunación, fundamental para llegar a una cierta seguridad sanitaria, toca emplearse en paliar la crisis económica y social que ha sufrido el tejido empresarial, comercial y familiar canario. Todas las administraciones públicas estamos trabajado a contrarreloj con el fin de identificar los ejes estratégicos que sean motor no sólo para la recuperación económica, sino para la transformación que necesita nuestro capital, sea este humano, financiero o social.
De este contexto han salido a colación proyectos novedosos, como la apuesta por una nueva visión de turismo activo comprometido con nuestro entorno y de larga estancia; la inversión decidida en energías renovables y soberanía energética; o la recuperación de espacios patrimoniales etnográficos de gran interés cultural e histórico. Todo ello, con el objetivo de poner los cimientos de la Canarias del presente, pero lo más importante, de las generaciones venideras.
No obstante, a la par que se ponían sobre la mesa nuevas visiones de esa Canarias que queremos ser, hemos sido testigos del resurgir de viejos proyectos que se suponían superados, desaconsejados o, simplemente, no tienen cabida en este nuevo ciclo pospandémico. Hablo, por ejemplo, de los macroproyectos portuarios y aeroportuarios.
Desde que se dio a conocer que los planes de recuperación de la UE supondrían el mayor estímulo inversor desde la Segunda Guerra Mundial, y que estos serían gestionados por los Estados y, en su defecto, las regiones o Comunidades Autónomas, proyectos del pasado siglo XX salieron de la mano de agentes diversos, tanto con responsabilidades públicas como privadas. En la península tenemos los casos de la ampliación de los aeropuertos del Prat de Barcelona y Barajas en Madrid, fuertemente cuestionados por su impacto medioambiental. En Lanzarote, la ampliación del aeropuerto César Manrique ha creado un debate intenso por la previsión de AENA de mover un tráfico de pasajeros entre 8 y 14 millones de personas más a las cifras que ya presentaba antes de la pandemia (¡una auténtica barbaridad!) En Tenerife, el futuro Puerto de Fonsalía se vende como megaproyecto estratégico y logístico que complementa y descongestiona al Puerto de Los Cristianos, en divergencia a los alegatos de todos los colectivos sociales y medioambientales que cuestionan su viabilidad. Así lo han expuesto recientemente los compañeros de NC en Tenerife, que plantean una forma de gestionar el problema de Los Cristianos sin necesidad de derramar más cemento en nuestras costas, esto es, el Puerto de Granadilla.
Hace unos meses en nuestra isla se generó un debate político y social a raíz de la ocurrencia del diputado autonómico de CC, Oswaldo Betancort, de preguntar al consejero de Obras Públicas del Gobierno de Canarias la viabilidad para que Playa Blanca albergara un puerto de cruceros. Es decir, planteaba, de facto, un segundo puerto de cruceros en una isla de 845,9 km2 que atrajera la actividad turística derivada de este tipo de embarcaciones. Evidentemente, las reacciones no se hicieron esperar, siendo sus propios compañeros de partido en Arrecife los primeros en cuestionar tal idea con afirmaciones como “ese debate está superado en Lanzarote” o “el único puerto de cruceros existente es el de Arrecife” (ver aquí). A esto se le añade las declaraciones del Gobierno de Canarias, que afirmaba que “el puerto de Playa Blanca no está pensado para atraer cruceros”, y que esto sólo sería posible “con el consenso del Cabildo de Lanzarote”. Éste último, a través de su consejero de Turismo, Ángel Vázquez (PP), alegaba que los cruceros perjudicarían a Playa Blanca y que éstos deben seguir teniendo como punto exclusivo de atraque el puerto de Los Mármoles (ver aquí). Por su parte, el exalcalde de Haría, Alfredo Villalba (PSOE), advertía que esta propuesta era un “disparate económico” que sólo conlleva “más diferencias entre municipios” (ver aquí).
El Ayuntamiento de Arrecife y, específicamente, el área que dirijo, Turismo, Hostelería y Comercio, se posicionó frontalmente al planteamiento personal de Betancort, considerando que no sólo se trataba de un tema descontextualizado y fuera del debate público, sino un engaño a los sectores económicos directos que se benefician, o podrían beneficiarse, de dicha actividad. Es decir, tanto de los de Arrecife como los de la localidad de Playa Blanca.
En primer lugar, porque en que la planificación turística que nos hemos dado en Lanzarote se ha dirigido a potenciar tres núcleos alojativos de primer orden, Costa Teguise, Puerto del Carmen y Playa Blanca, con una periferia urbana y rural que en muchas ocasiones les cuesta beneficiarse directamente de la actividad económica. Por ello, el Puerto de cruceros de Arrecife, y en extensión la Marina de Arrecife, se diseñó como alternativa a la masificación y atracción de los núcleos turísticos principales de Lanzarote, aprovechando el auge del turismo de cruceros. A la par, es estratégica la capital porque se encuentra a medio camino de todos los Centros de Arte, Cultura y Turismo, evitando grandes desplazamientos en guaguas y coches, y disminuyendo, en consecuencia, la huella de carbono que generan este tipo de transportes. Sobra decir que el beneficio económico derivado de esta posición tiene mayor ratio de alcance, al no concentrarse sólo en Arrecife, sino que llega a localidades como Playa Honda, Teguise, San Bartolomé, etc.
En segundo lugar, porque es engañar a los trabajadores y vecinos del municipio de Yaiza. Hablo de taxistas, comerciantes y hosteleros que pueden ver en estos cantos de sirena una oportunidad para invertir en sus negocios, dejándose un dinero en proyecciones inseguras. Y para muestra algunos botones. En Fuerteventura, el muelle de Gran Tarajal se vendió como una obra que aseguraría la llegada de cruceros y turistas con un alto impacto en la economía local. El tejido económico de la zona realizó inversiones según estas proyecciones, y a día de hoy siguen esperando dichas cifras. Es más, fue tal la mala previsión, que los pocos cruceros que han llegado al puerto no han podido siquiera atracar por la reducida dimensión del mismo, dejando una mala imagen para la isla y la localidad. Otro ejemplo lo encontramos en La Palma, esta vez en el puerto de Tazacorte. Inaugurado en el año 2002 con una inversión de más de 100 millones de euros, vino a ver su primer crucero 16 años después, en el año 2018. Las consecuencias económicas son palpables, achacando la culpabilidad a una mala planificación en los objetivos de la infraestructura, carente de cuestiones tan básicas como una terminal de pasajeros, duchas, aseos, o su reducido espigón.
Podría seguir con muchos más ejemplos de infraestructuras que se han vendido como la panacea de la recuperación o activación económica de determinados lugares, y posteriormente se han demostrado como auténticos bufos y pelotazos que simplemente tenían como objetivo ampliar el negocio de determinados sectores en connivencia con el poder político. Sobra decir que en Lanzarote hemos sufrido estas prácticas, y sobra mencionar lugar, personas y consecuencias.
Simplemente diré que el contexto que tenemos ante nosotros, después de una dura crisis sanitaria y una más que evidente crisis social que aún está por explotar, nos exige ser claros y transparentes en nuestros planteamientos. No me oirán nunca plantear quimeras o ensueños, aunque también tenemos el derecho a soñar y creer en lo que se quiera. Pero cuando hablamos de economía, de números y de personas, la especulación sobra. No sé, sinceramente, si el precursor o precursores de esta iniciativa tuvieron en cuenta a las personas de Yaiza; no me meteré en el fondo y lo dejo a la libre interpretación de cada uno según las huellas del pasado de cada actor implicado. Lo que sí diré es lo que yo en todo momento pensaba, y no es ni más ni menos, que en no caer en los errores que siempre nos hemos encontrado en esta tierra nuestra. Especulación, oportunismo político y falta de planificación. Contra eso, claridad, evidencia, severidad y trabajo.
Al pueblo de Lanzarote, y en especial al de Yaiza, les quiero transmitir que Arrecife, y este concejal, está a una en la cohesión social y económica de nuestra isla. Nada nos es ajeno en estos 71 km que separan Playa Blanca de Órzola. Todo nos incumbe, nos afecta y nos preocupa. Por ello, no puedo mirar hacia otro lado cuando veo que se intenta hacer de la mentira y la demagogia un valor político. La utilización espuria de lo público. Y el juego de las cosas de comer de familiares, amigos y vecinos.
En definitiva, que no conviertan la oportunidad de transformar nuestra isla en un brindis al sol donde sólo están los de siempre.