A los jubiletas nos ha jodido la pandemia, por eso de la reclusión. Habló Umbral de los viejos jubilados de jubilación inquieta que no quieren dormir la siesta, ni reposar un poco la comida, sino que salen de casa enseguida a encontrarse con otros viejos, para hacer tiempo hasta la hora de la cena, que es su horizonte más inmediato. Ahora ni eso, porque los jubiletas hemos entrado en pánico, que no sé si mitigará algo la vacuna de Moderna. Ya ni siquiera nos echamos al verde los días de viento, a ver si a las ciudadanas se les levanta la faldumenta y deja al aire sus pieles sonrosadas o morenas. Los jubiletas somos las víctimas feroces de la amenaza mundial y mortal que nos asola. Porque el joven sabe que se cura, pero el viejo también sabe que se va palcarajo. A lo mejor no soy capaz de contarles mi desazón en un folio vertiginoso y puto, que sin embargo me ha dado de comer durante tantos años. El folio es el mejor alimento para un periodista, porque la novela exige concentración y esfuerzo y el folio es producto de una inspiración tan breve como un cuarto de hora. Ahora la que manda es la enfermedad y el ambiente lo pone la sirena de la ambulancia, aunque aquí no nos podamos quejar porque el aire del mar casi ha cubierto con su salitre al virus maldito. El jubileta tiene desfondado el sillón del salón y ha puesto un trozo de chapa debajo del cojín para no aparecer en el garaje, una mañana de tedio. El jubileta participa del lirismo temeroso de la pandemia y se ha vuelto huraño, sin construcción que vigilar ni tela verde en la que abrir un agujero para ver cómo se filtra el agua en el solar. Nos ha invadido el nada que hacer, coño.
Publicado en Diario de Avisos