Cuenta José Luis de Vilallonga en sus memorias, que estoy leyendo con pasión, que tras haber conseguido Louis Malle el León de Oro en Venecia, con Les amants (1958), el público se escandalizó no poco con la película, por las escenas de cama entre Jeanne Moreau y su amante en la ficción. Bueno, el escándalo empezó realmente antes del estreno en el Lido veneciano y del premio. En la casa del Marqués de Marianao, en París, siempre se agasajaba a los Condes de Barcelona cuando pasaban por allí. Y a una de esas recepciones fue invitado Vilallonga, que participó en la película e hizo una gran amistad con la protagonista, que en esa época estaba enrollada con Louis Malle. Mientras que la Condesa de Barcelona, y madre del emérito, reprochó a Vilallonga haber participado en “semejante guarrada”, Don Juan, por detrás de ella, le guiñó un ojo, al tiempo que le decía: “¡Lo que te habrás divertido, cabrón!”. Vilallonga cuenta episodios muy curiosos de su vida, desde su primer matrimonio con una millonaria británica a su buena y su mala vida. En cierta ocasión contrató, haciendo vida de soltero en la capital francesa, a un japonés, muy competente, como mayordomo. Una noche, antes de asistir a un cóctel, Vilallonga no acertaba con la pajarita, la tiró al suelo, la pateó y estuvo a punto de colocarse una prefabricada, pecado mortal entre los elegantes. El japonés que lo vio, le hizo acostarse boca arriba y de un salto se colocó, de cuclillas, sobre su abdomen. Consiguió hacerle un nudo Windsor perfecto en la corbata de pitiguay. Vilallonga, muy satisfecho y aliviado, le preguntó al oriental por qué lo había hecho acostar. Resultó que el criado había trabajado en una elegante funeraria de Tokio y sólo sabía armar las pajaritas cuando el que las llevaba se encontraba en posición de cúbito supino.
Publicado en Diario de Avisos