En un país que se ha convertido en caótico, nadie controla los precios de los alimentos. La alimentación ha subido de una manera casi geométrica, cualquier compra vale un montón de dinero, nos inundan con marcas blancas, algunas abominables, y la cosa se está poniendo pero que muy mal. Yo antes, cuando era rico, no me preocupaba de estas cosas y mandaba al chófer a hacer la compra; pero ahora, de pobre, estoy consternado. La pensión no me llega ni a mitad de mes y como se me antoje salmón ahumado o jamón serrano, apaga y vámonos. Vivir en Canarias se está convirtiendo en una tortura china. He comprobado precios, por ejemplo, con Alemania y veo que allí se gana más y se gasta menos en comida, lo que convierte a Europa en un paraíso y a nosotros en un purgatorio. ¿Quién controla a los supermercados? No sé, pero cuando todo el mundo debe hacer un esfuerzo para moderar los precios, el sector de los alimentos se ha disparado. Y no lo digo yo, pregunten en la calle para que vean lo que opinan los ciudadanos. Existen países en el mundo en los que se produce una revuelta social cada vez que sube el precio del pan; aquí el pan es lo único que se mantiene, yo creo que para prevenir la revuelta, pero compra una lata de berberechos para que veas lo que es amor de madre. En fin, que no quiero alarmarles más de la cuenta, pero como están las cosas no vamos a tener acceso ni al bocadillo de caballas, manjar tan recurrente en tiempos de escasez. El otro día compré una lata de filete de caballas y me vino con tomate. Hombre, por Dios. Quizá es que soy un desastre como amo de casa y debo contratar a una personal shopper. Pero, ¿con qué posibles?
Publicado en Diario de Avisos