domingo. 24.11.2024

No va de sapos, chivatos o soplones

Delatar al autor (a) de cualquier trastada en el colegio o en otro ámbito de la sociedad sigue siendo sinónimo de ‘sapo’, así llamamos en el Caribe colombiano peyorativamente a la persona que ignora el silencio y prefiere denunciar. Claro que no es lo mismo ser cómplice, que seguro alguna vez lo fuimos cuando no protagonistas, de una o varias travesuras de infancia en el colegio o en el barrio que callar un delito o una infracción, sobre todo si es grave y atenta contra la vida de los demás.

No se trata de ser sapo, chivato o soplón, se trata de una norma elemental de convivencia que nos llama a colaborar con las autoridades por el simple hecho de facilitarles la misión de velar por nuestro bienestar.

Mis padres, que se tomaron siempre muy en serio la idea de que su deber de padres no acaba jamás, continuaron dándonos consejos como cuando éramos chicos. Repasando la dedicatoria de un libro sobre valores humanos que  nos enviaron a Lanzarote en 2003, insistían en que transmitiéramos a nuestros descendientes “una formación adecuada a las buenas costumbres y comportamiento social”, así textualmente, para rematar diciéndonos que esperaban  comprendiéramos  sus sanas intenciones “y que no seamos frustrados en lo que hemos pretendido”.  Suficientemente claro.

La Fiscalía de Seguridad Vial española hizo esta semana una súplica a la colaboración ciudadana para reducir las crecientes estadísticas de accidentes de tráfico y muertes en carretera. Además de pedir a los cuerpos policiales mayores controles de velocidad, alcohol y drogas para atajar la conducción temeraria,  el fiscal de Sala Delegado fue muy directo al advertir que es un “deber ético” del ciudadano denunciar las conductas peligrosas al volante que pueden terminar en tragedias. Ejemplos llueven.

Así como recordamos trastadas de la época escolar, seguro nos vienen a la memoria escenas reales de los James Bond  que se pegan imprudentemente a nuestros vehículos  pretendiendo que pisemos el acelerador para circular en consonancia con sus prisas. Abundan además los que hacen adelantamientos indebidos, los que alardean de su “pericia” como pilotos y de la potencia – ruido  de su coche o moto y otras tantas conductas que ponen en juego sus vidas, pero también las nuestras. El que la hace una vez la hace dos y más veces.

No son suficientes radares de control de velocidad, helicópteros,  ni siquiera drones; tampoco multas cuantiosas, pérdidas del permiso de conducir o aumento de los ingresos en prisión por delitos contra la seguridad vial, por ello, el llamamiento casi desesperado de la Fiscalía a la conciencia vial acompañada de denuncia ciudadana cuando proceda.

Otra cosa ya es la atención que merezcan las denuncias, el aparato burocrático de la Justicia para tramitarlas, si la Justicia nos mantiene o no en el anonimato  y las pruebas aportadas para que no se convierta en un careo entre la palabra del denunciante y la del denunciado.

Delatar o acusar a alguien para que sea castigado afecta seriamente la convivencia, y más un entorno cercano donde unos y otros estamos obligados a socializar a diario, llámese vecindad, centro educativo o trabajo, por ejemplo, e incluso en localidades pequeñas de pocos habitantes.

Aparte de nuestro temor primigenio de advertir sobre hechos reprochables, también entran en escena otros convivientes, quienes ríen las “gracias”. Estudios sociológicos aseguran  que tenemos carencias en comportamientos cívicos para corregir a otro ciudadano cuando su conducta va en contra de normas pactadas o no pactadas, pero que al fin y al cabo son normas que debemos respetar so pena de incurrir en sanciones.

En una ocasión no pude contenerme al ver que un hombre intentaba a toda costa embutir, literalmente, una bolsa de basura de desechos orgánicos en la papelera de un parque teniendo contenedores disponibles para tirar ese tipo de basura a solo cincuenta metros de la zona de ocio.

El hombre, aunque cabizbajo, mantuvo su acción sin mediar palabra a pesar de mi reproche en voz alta. Después, ya en frío, pensé que el ciudadano como mínimo hubiera podido mandarme al carajo o agredirme verbalmente, por lo que me cuestioné si hubiese sido mejor avisar a la policía en vez de desafiar directamente un comportamiento insensible.

Lo dicho, nos cuesta hacer llamados de atención de forma oportuna y respetuosa. La denuncia es cuanto menos incómoda para la convivencia, pero ante  hechos flagrantes el compromiso ciudadano está por encima del miedo o la indolencia, que para mí es de los peores males de la sociedad actual. 

 

No va de sapos, chivatos o soplones