jueves. 21.11.2024

Trabajo, arte e inteligencia artificial

Mi familia y amigos más cercanos saben de mi debilidad por las historias cantadas, universales y a veces desgarradoras,  del cantautor panameño Rubén Blades, el de ‘Pedro Navaja’. Un vídeo grabado a principios de los 90 en el que el propio Blades, guitarra en mano, interpreta ‘El último día de Adán’, una canción de su autoría por entonces a punto de estrenarse dentro del exitoso álbum Amor y Control, fue el primero de los tres inputs que me llevaron a escribir la columna de esta semana.

Aparte de la letra de la canción, que trasciende el tiempo, porque si hasta en época de vacas gordas hay personas que hemos perdido el empleo, hoy sí que hay ríos y ríos de historias para narrar. Blades cuenta en este vídeo, que me llegó por whatsapp, que su intención con la canción de Adán fue la de plasmar el daño que produce a una persona y a su dignidad la pérdida del trabajo al sentirse impotente por no ofrecer sustento a su familia. Él siempre muy vivaracho, ahora andaba quieto, pero en la tranquilidad del desesperado…

Otro documento que atrajo mi atención, esta vez en forma de escrito, fue la opinión del sociólogo colombiano, Juan Sebastian Fajardo, que plantea el divorcio actual entre poesía y ciencia. En el mundo de la tecnología y el racionalismo, quizá haga falta plantear de nuevo qué significa ser una persona.

Expone en su columna publicada en la versión digital de El Espectador que el excesivo apego de los hombres a la pesadez de la guerra, al hierro del poder y el consumo, que lo describe como la ilusión de la materia, pudiera ser uno de los pilares de la crisis contemporánea, subrayando que una cultura que marginaliza la expresión poética se ve condenada a un estanco si no a un retroceso directo.

Y un día después, voy tranquilo del trabajo a casa y escucho por radio el tercer material del triunvirato inspirador que me dejó, francamente, no sé todavía si preocupado, pero sí loco y tirando piedra, como se dice popularmente en el Caribe.

Chema Alonso, un genio español de la informática, explicaba su proyecto de inteligencia artificial desarrollado con la Fundación Telefónica de un programa capaz de escribir novelas imitando el estilo de cualquier autor. Contaba el hacker en una entrevista en Cadena Ser, que la primera experiencia de la aplicación se hizo con textos de la saga de novelas ‘Las aventuras del capitán Alatriste’, del escritor Arturo Pérez-Reverte, copartícipe en el proyecto.

En resumen, cualquier persona, con poco o más talento, escribe un texto  que se introduce en este programa, que lo “corrige”, adaptándolo al léxico y estilo del autor de referencia. El proyecto Maquet, defiende el técnico, no fue concebido como una herramienta de plagio, sino como una aplicación útil, por ejemplo, para editoriales, que sirve para verificar la autenticidad de una obra en defensa de la originalidad de la creación literaria.

El talento de los artistas, en este caso el de los literatos, es imposible de reemplazar por la inteligencia artificial, pero no deja de llamar la atención la ambición humana de quitar del medio a los humanos para que el trabajo no lo hagan humanos. ¿Han ido últimamente a los bancos?

Poniendo por delante la educación, el trabajo, el arte y la tecnología están obligados a entenderse, pero también a respetarse. Son tres vertientes ricas y necesarias para formarnos, sobrevivir, ilusionarnos, disfrutar y mejorar la productividad, pero que no se nos olvide que todas son obras del ser humano, no de la inteligencia artificial, ni de la divinidad. 

Trabajo, arte e inteligencia artificial