Suele pasar que hace falta que venga gente de fuera para restregarnos en la cara valores o bienes que tenemos enfrente o pasan por delante de nuestra mismísima cara sin apreciar sus beneficios, y es que la normalidad de poder disfrutar indefinidamente de ciertos privilegios, no materiales y difíciles de cuantificar, nos vuelve a veces seres impasibles.
Desde que llegué a Lanzarote, en 2001, vivo en el sur de la Isla, en la localidad turística de Playa Blanca, aunque trabajé durante los primeros 10 años a 35 kilómetros de casa. Recuerdo que compañeros de profesión me decían repetidamente que vivía “muy lejos”. Mi respuesta automática: “¿lejos?, cómo se nota que nunca has vivido en una ciudad grande”.
Después de vivir en Barranquilla, epicentro de la actividad comercial e industrial del Caribe colombiano, o en una ciudad monstruosa como Bogotá, metrópoli capital, encima situada a más de 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar, cualquier distancia en Lanzarote (845,9 km² de superficie) se me hace poca.
A mis colegas les decía que aparte de sentirme muy a gusto con mi familia en el lugar donde resido, que es más que suficiente, el ir a cumplir con la jornada laboral y volver de mi centro de trabajo no suponía ningún estrés. Tráfico fluido, sin atascos, sin gritos de gente desesperada por no poder llegar en hora y sin el infierno de soportar la sinfonía de vehículos pitando, así 35 o más kilómetros son pocos y me compensaba además el gasto de gasolina con un coche de bajo consumo. Tardaba más de dos horas en el viaje que hacía del norte al centro de Bogotá, chupando polución en transporte público, en una ciudad que inexplicablemente sigue sin tener metro.
En casa tenemos varias referencias cercanas, familiares y amigos entrañables, de esos que son más que amigos, que añoran volver de visita a Lanzarote sin esconder su sueño de establecerse aquí. Todos valoran como activo número uno la tranquilidad. Desplazamientos cortos, cercanía del mar, seguridad, buen clima y gastronomía, es el ranking casi unánime de la valoración de las visitas, aparte de las singularidades de la belleza paisajística de la Isla de los Volcanes.
No es fácil para uno de mis hermanos, que padece una discapacidad física, coger primero un vuelo de una hora de Barranquilla a Bogotá, luego meterse más de nueve horas en un avión de Bogotá a Madrid y dos horas extras de Madrid a Lanzarote, duplicando estas horas con idas y vueltas, sin embargo, lo ha hecho dos veces en menos de cinco años, y quiere volver, como quiere regresar un amigo que vive en México, en la ciudad de Guadalajara, pero que también vivió en el DF, que es una especie de locura Bogotá multiplicada por dos.
Y qué decir de nuestra amiga rusa Ana, a la que le unen lazos afectivos con Lanzarote. Con ella y con nuestro amigo Arturo (DEP) supimos en una inolvidable visita a Moscú lo que es levitar entre la multitud en las estaciones de metro abarrotadas, que también son auténticos museos de la capital rusa. Ana sigue cultivando el castellano, tanto que lo habla y escribe prácticamente sin errores de gramática y ortografía y se muere por volver a su paraíso espiritual. Después del accidente que le costó la vida a Arturito, me escribió: “Lanzarote es el lugar perfecto para que descanse el alma de Arturo”.
Me detuve a observar el tesoro tranquilidad estos días que a cinco minutos de casa estaba disputándose una competición oficial de tres clases olímpicas de vela con regatistas europeos y africanos que se jugaron aquí su billete a Tokio.
Navegantes top mundial trasladándose plácidamente en bici desde las villas turísticas de alojamiento al puerto base para salir a entrenar o haciendo kilómetros incautos por carretera como parte de su entrenamiento físico, un puerto base repleto de deportistas, material y embarcaciones, pero sin esos aspavientos de los grandes dispositivos de seguridad, dan una idea del entorno apacible del que disfrutamos.
La grancanaria Tara Pacheco, una de las clasificadas por España a los Juegos de Tokio en clase Nacra, embarcaciones veloces que se les puede ver volar sobre el mar, confesaba hace un par de meses en una visita periodística que hice al puerto que estando el sur de Lanzarote tan cerca de su natal Gran Canaria no sabía explicar por qué no había aprovechado antes las condiciones favorables de navegación, con zonas de mucho y poco viento, y la tranquilidad que ofrece el destino para entrenar.
Desde pequeños en el hogar nos repitieron la retahíla de “valora lo que tienes, que más tarde nunca se sabe…” No fueron pocas las veces que padres y abuelos recurrieron a la sabiduría del refranero popular para advertirnos que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. A pesar de la dureza de los tiempos que corren, aquí seguimos disfrutando de Lanzarote 155.000 habitantes con una densidad de población de 184 personas por kilómetro cuadrado.