En la segunda parte de El Quijote, en 1615, ya aparece este refrán que no pierde ni perderá vigencia, al menos por ahora, porque la sociedad generalmente trata a la persona en función de su riqueza material. Esta semana cuando la ida de Messi del Barcelona y de Barcelona acapara las portadas, con mucho menos protagonismo que la horda de noticias y especulaciones sobre el argentino, conocimos la posibilidad de aplicar en España una tercera dosis para reforzar la inmunidad contra el covid-19 en un escenario en el que todavía no hay evidencia científica para tomar dicha decisión.
La Organización Mundial de la Salud por otra parte recuerda a los países ricos que la inequidad vacunal socava la recuperación económica mundial. Me llama especialmente este pronunciamiento porque si bien es cierto que no es el primero de la OMS sobre las repercusiones “duraderas y profundas” que tendrá en la recuperación socioeconómica de los países pobres la lentitud o falta de vacunación, sí es la primera vez que la OMS lo hace de forma contundente advirtiendo que sus efectos, especialmente en la economía, serán globales.
La OMS nos toca el bolsillo que es lo que nos duele a todos, tan añejo como el refrán. Es un llamado de atención en toda regla a los países ricos o en vía de desarrollo que piensan de forma insolidaria en la tercera dosis. La Organización exige a las naciones ricas que adopten con urgencia medidas para fortalecer los suministros y garantizar que todos los países tengan acceso equitativo a las vacunas a través del intercambio de dosis, cuyos precios de venta y costes de distribución no están al alcance de muchos países africanos.
No olvidemos que países de menos recursos económicos y deficiente calidad de vida, aunque paradójicamente muy ricos en recursos naturales, son fuentes de materia prima y mano de obra imprescindibles para procesos industriales que mueven montañas y montañas de dinero en el mundo.
La República Democrática del Congo es rica en el codiciado coltán, y tanto que el país africano posee el 80 por ciento de las reservas mundiales de este mineral esencial en la fabricación y desarrollo de la industria de teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos de última generación omnipresentes en nuestras vidas.
Con 87 millones de habitantes, no ha sido de los países africanos con mayor incidencia por covid, según datos oficiales y cifras marcadas por la falta de diagnóstico, pero el virus sí que ha afectado el aprovisionamiento de medicamentos para otras enfermedades comunes y mortales en poblaciones como las del Congo con rentas muy bajas, así lo daba a conocer una facultativa de la organización humanitaria Médicos sin Fronteras en un reportaje emitido por La Sexta, donde avisaba del lentísimo ritmo de vacunación en ese país.
Tanto tienes, tanto vales. Israel fue el primer país en comprar vacunas a finales de 2020 y liderar la campaña de vacunación mundial sencillamente porque pagó el triple de dinero que los países europeos a las farmacéuticas por las dosis. Esa es la economía de mercado gobernada por don dinero.
Y mientras los países ricos establecen previsiones para fin de año con porcentajes de vacunación de su población por encima del 70 por ciento, los menos favorecidos siguen mendigando dosis. La misma OMS desvela que hay países de ingresos bajos y medios que registran menos de un 1 por ciento de su población vacunada.
Un mayor ritmo de vacunación provoca celeridad en la recuperación económica, lo estamos viendo en España con el aumento de la movilidad y la subida del turismo, pero si aquí queda muchísimo empleo y economía por recuperar, y viendo de reojo las nuevas variantes del covid, qué se deja para países pobres que no han vacunado ni a los profesionales del sistema sanitario ni a la población más vulnerable. Para ellos el comienzo del crecimiento económico tendrá que esperar a 2024, así que ni por asomo hay esperanzas del cierre de la inexorable brecha de las desigualdades.