Como casi todo en esta vida tiene precio, o si no que se lo pregunten al Partido Popular que en la Región de Murcia convenció esta semana, ¿con qué prebendas?, a tres de los seis diputados del partido naranja, Ciudadanos, para que votaran en contra de la moción de censura que naranjitos y socialistas habían presentado para desbancar al PP de la presidencia murciana, pregunté a mi gran amigo tinerfeño Berto Martín, actualmente capellán del Hospital Dr. Negrín de Las Palmas de Gran Canaria, por el valor de la Semana Santa.
Berto, que no es de los curas que va con medias tintas, me aterrizó diciéndome que una cosa es la Semana Santa, y otra muy distinta, las vacaciones de Semana Santa, matización que no es baladí, y menos en tiempos austeros de pandemia.
La Iglesia y los feligreses celebran la fiesta principal de los cristianos durante una semana, siete días solemnes para recordar y conmemorar especialmente la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Evidentemente, la propuesta de salvar la Semana Mayor en cualquier país altamente dependiente del turismo, no es salvar la Semana Santa, es salvar las vacaciones de Semana Santa y su impactante repercusión económica.
Y llegamos donde la puerca tuerce el rabo. ¿En una semana salvamos el descalabro económico por la caída del negocio turístico de todo un año? Recuerdo de inmediato la experiencia cercana de la temporada de Navidad y fin de año, esa panacea (desmadre) productiva convertida en pesadilla que todavía estamos pagando, con salud, muertos y dinero; y me declaro anti vacaciones de Semana Mayor.
No se trata de una subasta de mercadillo o de un comercio que vende o compra al por mayor, como lo pintan políticos irresponsables, se trata de una delicada situación de salud pública y económica que llevamos arrastrando desde hace más de un año.
“Hay que aguantar, hay que aguantar un poquito más”, es el pregón que escucho en mentideros públicos de voces de pequeños comercios y de consumidores. El plan de vacunación está en desarrollo, y también oigo, “ya vacunaron a mi padre, ya vacunaron a mi hermano que es policía, supe que vacunaron a la abuela de…”, pero a pesar de este significativo avance, hay miedo a nuevas olas de contagios. “Aviso a navegantes con lo que pasó después de Navidad”, suena en la calle.
La sociedad ilusionada ve su redención en la temporada de verano. “La cosa seguro que mejorará a partir de junio”, se vocifera en clave económica. La Redención en la doctrina cristiana significa el sacrificio de Cristo para liberar a la humanidad de sus pecados mediante su pasión y muerte.
Seamos realistas, por muchos hoteles, bares y restaurantes que se llenen, incluso en Andalucía, donde la Semana Santa tiene un fuerte protagonismo religioso y turístico, siete días no redimen la productividad económica de todo un año. La Biblia dice que Jesucristo es el salvador del mundo, pero está claro que se refiere a otro tipo de salvación.
Los excesos de la temporada de Navidad provocaron pasos atrás con nuevas restricciones de movilidad y en realización de actividades cotidianas. O nos ponemos serios y soportamos estoicamente ver pasar la Semana Mayor o asumimos una nueva ola de covid-19 para terminarnos de hundir en la penuria. Lanzarnos a una nueva aventura efectista puede dejarnos sin la redención del verano.
Pero claro, con qué cara pedimos más sacrificios a los ciudadanos si entre tanto vemos desfiles de mociones de censura, convocatorias anticipadas de elecciones regionales, vacunación aventajada de altos cargos, debates insulsos y pueriles y juicios por corrupción, entre otros desaguisados. Que Dios nos coja confesaos.