Aunque por obvias razones puede interpretarse que los “tiros” de esta columna van por la expresión de la cantidad de un virus presente en sangre, sea covid-19 u otro, mi intención es referirme a la carga emocional que producen los vídeos que hacemos “virales” en redes sociales. Esas cápsulas audiovisuales que nos llegan editadas o en imágenes y sonidos tal y como fueron grabadas que se difunden, comparten y reproducen por miles.
El contenido se viraliza cuando tiene calidad, emoción, ofrece una información novedosa o nos enseña una situación inusual, divertida o solidaria. Además de estas consideraciones, quitémonos la máscara (no la de Carnaval) y digamos abiertamente que nos encanta ver, comentar y compartir vídeos de contenidos violentos, sobre todo si corresponden a hechos de la vida real que suceden muy cerca de nuestro entorno. El morbo está al orden del día.
Esta semana me han comentado un sinfín de veces el vídeo de una intervención policial en la capital de Lanzarote, en mi opinión desproporcionada, cuando dos agentes de la Policía Local de la ciudad de Arrecife golpean a una pareja que filmaba la detención que llevaban a cabo en vía pública.
Las imágenes de los hechos, grabadas por vecinos del barrio desde un balcón, de evidente contenido violento y de 30 segundos de duración, que en televisión son un mundo, en promedio el tiempo de duración de un spot publicitario que cuesta muchísimo dinero producir y emitir, se han vuelto virales en redes sociales y en medios de comunicación, incluidos portales digitales, que abrieron página con la ventana del vídeo para tener la opción de reproducirlo.
El vídeo me lo han enseñado varias personas de distintas edades desde sus teléfonos móviles emitiendo opiniones personales sobre la conducta de los policías, mayoritariamente en contra, pero todo hay que decirlo, algunas también a favor y otras a medias tintas. Pero especialmente me ha llamado la atención que me lo han mostrado hasta en cámara lenta y editado con música y grafismos que buscan centrar nuestra atención en detalles difícil de detectar en las primeras visualizaciones. Todo un film de 30 segundos cargado de acción y morbo. ¿Nos saciamos acaso con escenas a lo James Bond que ahora podemos ver casi que en vivo y en directo?
No son producidas por youtubers profesionales, que algunos ya hay que dar de comer aparte por los excesos. Esta misma semana murió uno de ellos tiroteado en Estados Unidos por hacerse el gracioso. Grababa bromas en las que simulaba atracos con cuchillos de carnicero y una persona, que dijo a la policía actuar en defensa propia, le quitó la vida de un disparo. Lo innegable es que vídeos caseros de actuaciones policiales y no policiales han servido para esclarecer hechos ante la justicia. El teléfono puede ser una herramienta probatoria determinante.
Mientras escribo, recibo la información sobre dos policías nacionales destinados a la ciudad andaluza de Linares, provincia de Jaén, que fueron detenidos por propinarle una paliza a un hombre y a su hija de 14 años de edad. Los policías iban de paisanos y en ese momento estaban fuera de servicio. Además de la declaración de las víctimas, la agresión quedó registrada en vídeo, propagado por redes sociales.
Es imposible controlar la difusión de este tipo de vídeos. Hay quienes lo harán por indignación, por tener una prueba de cara a una denuncia o por ser portadores de la exclusiva, por decir “yo fui el que lo grabé”, una tendencia generalizada en medios de comunicación que viven del morbo por aquello de que las noticias de sucesos son las más visitadas en las webs, y si hay sufrimiento y muertos de por medio, pues mayor son las visitas.
Es el retrato de la sociedad sin máscara, pero también de quienes tienen la responsabilidad de informar. No estoy diciendo que se oculten, ni más faltaba, pero una cosa es informar y otra regodearse en la miseria para conseguir minutos extras de gloria.
A raíz del hecho que motivó este texto, consulté a un profesional experto en seguridad para conocer por qué pudieran presentarse intervenciones policiales desproporcionadas. Si bien es cierto que cada cabeza es un mundo y que problemas personales pueden derivar en conductas violentas que no tienen lugar y que en cualquier caso son injustificables, la falta de formación y entrenamiento para manejar situaciones de estrés de combate apunta a una causa muy probable.
Los polis desarrollan su trabajo en un ambiente conflictivo y arriesgado donde prima el diálogo y la mediación por delante de la fuerza. Cuando no hay otra opción, me advierten, entran en juego herramientas de trabajo como las tácticas de defensa, el bastón de mando o porra y, en última instancia, el arma, todas ellas factores añadidos de estrés.
¿Reúnen todos los policías la formación y las condiciones personales para ejercer la profesión y enfrentar situaciones críticas? No esperemos que estas consideraciones las viralicen la redes sociales, es más lógico que los responsables de los cuerpos y fuerzas de seguridad y los medios de comunicación pongan el ojo en ellas. No se trata solo de reproducir vídeos callejeros.