A principios de los noventa un amigo entrañable se disculpaba en su espacio de opinión ‘Carta de náufrago’ por “tomar prestado” Techo de Estrellas como título de una de sus columnas de publicación semanal en el diario El Heraldo de Colombia. Techo de Estrellas es el nombre de un documental televisivo de dos capítulos que realicé junto al cineasta sincelejano Hugo González sobre la época dorada de los cines al aire libre en Barranquilla enseñando vestigios que quedaban de esos teatros descubiertos, otrora albergues de acción, camaradería y emociones, y de noviazgos también. Por nuestra cámara pasaron cinéfilos, administradores de sala y gente que contaba vivencias en dichos templos, muestra verídica del furor del séptimo arte en la cultura caribe el siglo pasado.
El nombre del documental salió de una anécdota de mi niñez que le conté a Andrés Salcedo interesado en saber el origen de la metáfora. Por el contenido de su columna y la referencia que hizo acerca del audiovisual, el titular no era ni mucho menos un préstamo “abusivo”, al contrario, era todo un honor que se refiriera a él, sobre todo viniendo de un escritor versátil y espléndido.
Hoy, exactamente 30 años después, soy yo quien me disculpo con Andrés Salcedo por usar una frase de esa misma columna del 92 para titular este texto. Tenía dos ideas en remojo para escribir esta semana pero su muerte, a los 81 años de edad, el pasado viernes 7 de enero me cambió el guión, y aquí está ‘Los recuerdos son amigos comunes’.
Me saltaron las lágrimas al recibir pantallazos de redes sociales que confirmaban su deceso cuando en Colombia apenas amanecía. Las plataformas digitales se inundaron de referencias sobre su trayectoria profesional en Alemania donde cultivó gran parte de su carrera como periodista y narrador deportivo en la Deutsche Welle, iluminado por su capacidad, estilo y voz fantástica que lo llevaron a relatar acontecimientos internacionales como mundiales de fútbol y Juegos Olímpicos.
En España ganó el Premio Nacional de Crónica en el 69 y en Colombia trabajó en los principales medios televisivos y radiofónicos del país sin abandonar la literatura, una de sus grandes pasiones. Seguía muy activo escribiendo y grabando como voz institucional del canal regional colombiano Telecaribe.
Me ahorro las comillas, pero con palabras como legendario, leyenda y referente del periodismo, reconocido escritor, voz insignia, la voz alemana en América Latina, la voz que enamoró a Latinoamérica y otras tantas frases, medios latinoamericanos y entidades como la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) no tardaron en contar su fallecimiento y hacer públicas sus condolencias.
Todo ese merecido río de elogios sin embargo no me aparta de su mayor valor que identifico en la amistad. Además de mi sentido homenaje, en eso consiste la puesta en común de estas letras, el recordar a amigos soñadores y atrevidos, de rostros conocidos o anónimos, que te animan a iniciarte en los sueños y a conquistarlos, en tu tierra o donde haga falta, regateando la incredulidad o el desaliento, y poniendo al servicio de quien lo necesite conocimientos y experiencias sin egoísmo ninguno.
Hombre de barrio y de mundo a la vez, con dominio de idiomas, y despojado de la ambición material, Andrés nunca alardeaba de su trayectoria, ni utilizaba sus conocimientos de lector empedernido y bagaje profesional para humillar a nadie, trataba a todo dios de igual a igual, como esos amigos que seguro hemos tenido o conservamos en episodios de nuestras vidas a los que podemos llamarlos ‘bróder’. Puede que parezca una utopía, pero todavía hay seres humanos que son humanos.
La última vez que lo vi personalmente fue en 2018 en su apartamento de Puerto Colombia. Allí estuve con mi hijo que estaba loco por saber cómo grababa y editaba una cuña de radio, así que me pidió que llevara un guión impreso para hacerlo en su estudio con una producción que fuese útil en mi trabajo. Lo hicimos con un texto que promueve la captación de voluntarios para la Agrupación de Protección Civil de Yaiza, municipio lanzaroteño donde resido en Canarias.
Aunque desde 2019 la pandemia da poco margen para hacer viajes trasatlánticos, nunca faltaron sus buenos deseos y consejos como los de otros queridos amigos con los que la distancia es salvable. De Andrés, maestro en el relato literario de hechos periodísticos, históricos, de ficción o de la cotidianidad que tanto alimentó su creación, espero ilusionado poder leer su última novela que me confirmó ya tenía terminada. Para los buenos amigos los recuerdos son amigos comunes con o sin techo de estrellas.