En una conjunción poco habitual, las celebraciones cristiana y musulmana coincidieron en el tiempo este 2022. Los cristianos volvieron a recordar este viernes santo, 15 de abril, la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret, mientras que el domingo celebraron con alborozo la resurrección, la fiesta más significativa de su calendario religioso.
El mundo musulmán por su parte celebró, el 15 de abril, un viernes más de su mes de ayuno, oración, reflexión y comunidad, el Ramadán, que dio inicio el 2 de abril para finalizar el 2 de mayo. Tiempo de adoración sagrada para ambas creencias, por cierto, una y otra reverenciadas por seres humanos, que no se nos olvide, y que por supuesto, en una sociedad que se supone civilizada, merece el máximo respeto de fieles y ateos.
Al menos en el entorno de mi hijo de 18 años, me complace la forma en que la juventud asume con naturalidad el muy cacareado pero profanado mensaje de “unidos en la diversidad”. Los chicos del equipo de fútbol federado juvenil del Unión Sur Yaiza respetan la diversidad religiosa y comprenden el cambio de hábitos alimenticios de sus compañeros musulmanes que siguen a rajatabla el Ramadán, jóvenes bien preparados físicamente que han llegado a partidos oficiales por la noche con apenas probar bocado y fundidos a los 15 minutos de juego. Ningún reproche por parte del resto de jugadores, ni tampoco del entrenador y sus ayudantes, ni del Club, al contrario, total consideración y entendimiento.
Hablo de este caso en concreto porque lo conozco de cerca, pero seguramente habrá otras tantas situaciones en el deporte o en distintos escenarios de la vida donde también es patente la aceptación de las personas tal y como son, con su cultura, costumbres y religión.
La solidaridad es tal, que en casa, mi hijo nos pide que el encuentro social familiar que supone comer, pase casi desapercibido cuando tenemos visita de alguno de ellos durante el día en tiempo de Ramadán, para que el acto de ingerir alimentos no parezca una provocación. Chapó por la lección.
Señalar o estigmatizar a una persona por su cultura, religión o color de piel está totalmente fuera del lugar, sin embargo, seguimos participando del baile de la hipocresía donde pregonamos una cosa y hacemos exactamente la contraria. Seguro que nos suena, y mucho, la frase: “todos somos iguales ante los ojos de Dios”.
Los creyentes, sean católicos o musulmanes, tienen el derecho a ejercer su fe públicamente y en privado, como igualmente les asiste el derecho de educar a sus descendientes en la doctrina que consideren conveniente, practicar sus ritos sin temor a censura y vestir de acuerdo con los preceptos religiosos que cada cual practique, es de sentido común en un espacio de convivencia.
Aunque también son deberes de los creyentes conocer otras religiones del mundo, respetar a aquellos con los que no comparten credo sin tratar de imponer sus creencias o educar en el principio básico de aceptar al otro sin la suma pretensión de que sea o piense igual a mí.
No sé a ustedes estimados lectores, pero si hay algo que me despierta profundo rechazo es cuando una persona, sea de la religión que sea, intenta venderte a toda costa que su creencia es única y válida, que está en posesión de la verdad absoluta, como decimos en el Caribe, de la verdad pelá.
En ese intento de predominio llegamos al punto de despreciar las creencias indígenas como si fueran seres inferiores. Claramente desfavorece la convivencia cuando desconocemos religiones diferentes a las nuestras o consideramos que una religión minoritaria es menos digna de respeto. En el terreno religioso, cultural o político, es estúpido creer que quien no piensa igual hay que estamparle la etiqueta de enemigo o persona no grata.
Yo que estudié la educación secundaria con los Jesuitas tenía compañeros judíos cuyas familias apostaron por la formación en colegio católico convencidas de que la calidad educativa estaba por encima de la religión. A mis compañeros judíos nadie los obligaba a participar de las celebraciones religiosas, siendo su asistencia a misas un acto meramente testimonial.
Es absurdo el enfrentamiento religioso cuando todas las religiones del mundo promulgan respeto, amor y convivencia en armonía, ya no solo entre seres humanos, sino con el medioambiente que nos abraza. Buen ejemplo de convivencia y solidaridad de los juveniles del Yaiza que tengo la suerte de vivirlo en primera persona para aprender e irradiar. Así también se hace piña y esa actitud favorece que compitan mejor.