Finalizada la Semana Santa, la comunidad educativa enfila el tercer y último trimestre del curso escolar 2020 – 2021. Un año lectivo que empezó cargado de nervios e incertidumbres por el temor a que los centros educativos se convirtieran en caldo de cultivo del covid-19, sin embargo, la incidencia de la pandemia en los cerca de 29.000 centros educativos no universitarios de España es mínima, manteniéndose la educación presencial con el 99,6 por ciento de las aulas abiertas, salvo el sofocón después de las fiestas navideñas que también salpicó a la educación. Según los datos aportados por el Ministerio de Educación, entre finales de enero y principios de febrero, hubo un leve repunte, hasta el 1,4 por ciento, de aulas en cuarentena.
No son pocos los sacrificios que siguen haciendo profesores, alumnos, cuerpos directivos de los colegios y familias de estudiantes para conseguir el objetivo en un curso que tiene el estrés añadido de la amenaza del covid. Las frías estadísticas tienen sus porqués y por eso me impuse la tarea de indagar a profes y alumnos.
“Un monumento al alumnado”, me espetó una profesora de un centro público de Lanzarote, que admite que tampoco ha sido fácil asumir como docentes la responsabilidad de ayudar a evitar que los colegios sean focos de contagios. “No somos profesionales sanitarios”. Por cierto, profesionales a quienes siguen echando en falta como trabajadores necesarios en los colegios durante la jornada escolar del día a día. “Si un alumno se siente mal, no somos nadie para darle medicina alguna o tomar decisiones que puedan comprometer su salud. En cada colegio debería haber un profesional de la sanidad, porque nuestro trabajo es enseñar”.
La capacidad de aprendizaje y adaptación de los colegios al protocolo de seguridad y prevención frente al covid-19 es de matrícula de honor. Los docentes detectan ahora mayor relajación entre el alumnado de los últimos tres años de educación secundaria, pero en general valoran el esfuerzo de la población estudiantil y en especial el del alumnado de los cursos de educación infantil y primaria, los más peques.
Uso a rajatabla de mascarilla, distanciamiento social y lavado frecuente de manos, son comportamientos ya rutinarios entre ellos. Eso sí, a la hora de comer en el recreo es notorio que chicos y grandes extienden el tiempo de la ingesta de alimentos como una forma de alargar ese pequeño respiro que tienen sin mascarilla. Normal, si las llevan cinco y más horas, como los profesores. De hecho, ha habido algunas bajas médicas entre los maestros por afonía al tener que proyectar mucho más la voz para dictar clases.
Qué duda cabe que ha sido clave bajar el ratio de número de alumnos por aula, determinar itinerarios de circulación en la fachada e interior de cada edificio, duplicar los esfuerzos en los trabajos de limpieza y desinfección, ventilar las estancias o instalar medidores de calidad del aire. Son muchas medidas, pero sin el compromiso de los actores principales sería imposible alcanzar el bienestar actual.
Un temor manifiesto de las familias al inicio del curso era el que niños y niñas pudieran compartir material con sus compañeros, pero no por falta de solidaridad, sino por el riesgo evidente de que un bolígrafo, un libro o una regla pudieran ser elementos transmisores del virus. “Los chicos asumen este hecho con normalidad y lo que hacen es prestar material a sus compañeros, pero teniendo el cuidado de desinfectar con toallitas y gel hidroalcohólico, las veces que haga falta”.
La metodología educativa ha cambiado. Un hecho tan simple como pasar la pelota con la mano a un compañero en clase de educación física es cosa del pasado reciente. Ahora no se puede. Los profes sienten la presión “de arriba”, de los dirigentes políticos. “Nos dicen que tenemos que ser más responsables, pero cómo se puede ejercer la profesión de maestro si no tienes responsabilidad. Es un planteamiento erróneo porque lo que no podemos es ser responsables del contagio o de la muerte de un alumno por covid”. Y es que es muy fácil señalar que un contagio se produjo en el colegio sin saber con certeza si fue en una reunión familiar, un bar, un parque, un supermercado o cualquier otro lugar de coincidencia con personas no convivientes.
Las clases online solo se imparten a alumnos confinados por casos de covid en sus familias, pero también a estudiantes asintomáticos que pueden seguir la formación desde sus hogares. Esto implica que los profesores tienen que hacer seguimiento por la tarde fuera de su jornada laboral, sin retribución extra.
Es paradójico, me apuntan, “antes fomentábamos entre el alumnado la socialización, la práctica del deporte o la participación en actividades artísticas, para que no estuvieran todo el tiempo de ocio metidos en redes sociales y videojuegos, y ahora nos toca decirles que en lo posible no salgan de casa, ni siquiera para hacer deberes en grupo, que cumplen conectándose a través de la red”.
Y como de las situaciones adversas afloran hechos positivos que invitan a la reflexión, si bien es cierto que la convivencia con la pandemia provoca que el curso escolar sea mucho más estresante, no podemos obviar que no es lo mismo dirigirse a 15 ó 17 alumnos, que a 30 ó 40. Hay profesores que atendían entre distintos grupos a cerca de 300 estudiantes y ahora tienen a su cargo la mitad, un hecho que además de contribuir a mejorar la calidad educativa ha supuesto la contratación de más profesores, que en tiempos de destrucción de empleo es una buena noticia.
Aunque este curso no han subido ostensiblemente las bajas de alumnos por enfermedad con respecto a años precovid, muy frecuentes por gripe en meses como diciembre y enero debido a cambios bruscos de temperatura, sí hay detectados casos de ansiedad. Algunos colegios incluso imparten clases de relajación y meditación y profesores han decidido dictar clases al aire libre. Queda poco para terminar el curso y todo parece indicar que la comunidad educativa superará el reto con nota. Buen trabajo de equipo.