Es una obviedad decir que la pobreza es un asunto muy serio, como preocupante el aumento de la misma a partir de la pandemia y la vulnerabilidad de miles de familias españolas que están ya en situación crítica o al borde del abismo, pero parece ser que ahora la pobreza también es objeto de mofa y desprecio, y peor aún, que el cachondeo sea vilmente personificado por alguien que dice representar y defender los intereses públicos.
Uno cree que a estas alturas del partido lo ha visto casi todo en esta vida, es más, me ufano de ello cuando doy un consejo a mi hijo, sin embargo, salen granujas como el portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio (PP), para recordarnos el lado más oscuro del corazón. No respetan a los suyos y luego en un alarde de postureo agitan banderas reivindicando solidaridad y respeto para el pueblo ucraniano, así está el patio.
Que este señorito cuestione el informe de 30 páginas de la ONG Cáritas que expone con datos el desarrollo social y las consecuencias económicas derivadas de la crisis sanitaria del covid en su región me parece legítimo, si lo hace con respeto aportando y argumentando los datos oficiales, pero es lamentable que desdibuje el contenido, análisis y reflexiones de la investigación sobre integración y necesidades sociales 2021 preguntándose en una comparecencia ante los medios de comunicación: “A alguien le dicen que en Madrid hay tres millones de pobres, pues ¿dónde están?”.
Si ya chirría el tonito burlón de sus palabras, y bastante, el gesto de menosprecio mirando al suelo y alrededor de su atril, como si estuviese buscando los pobres que asegura no ver, es cuanto menos chabacano y obsceno. Ossorio, además de ser portavoz del gobierno que preside la madre superiora Isabel Díaz Ayuso, que tampoco ha querido rectificar, es consejero de Educación, sí, nada menos que de Educación, Universidades y Ciencia de la Comunidad de Madrid, con un sueldo anual que no es precisamente de pobre, 107.912,76 euros anuales.
Ni su cargo de privilegio ni su sueldo le dan derecho a escenificar semejante desfachatez. “Lo que sucede es que lees estos informes, sales a la calle y dices oye, yo es que esto no lo veo”, remata la faena para intentar desacreditar datos como que un millón y medio de personas de la población capitalina se encuentra en riesgo de exclusión social, 370.000 más que antes de la pandemia.
El balance estadístico del informe territorial en Canarias también es preocupante considerando la población de 2,2 millones de habitantes del conjunto del Archipiélago, donde 300.000 residentes están en situación de exclusión severa. Se trata, en palabras de la organización que elabora el informe, “de un esfuerzo necesario para hablar de empleo más allá de la tasa de paro, para hablar de exclusión social más allá de la pobreza económica”.
El 29,1 por ciento de los habitantes de Canarias, algo más de 630.000 personas, se encuentra en una situación de “desventaja importante”. Es decir, las personas en situaciones más críticas ya representan casi la mitad de las personas presentes en el espacio de la exclusión social. El desempleo total familiar casi se ha duplicado en Canarias, y hoy más de 120.000 núcleos familiares tienen a todos sus miembros activos en paro. Como para cachondearse como lo hizo el señor Ossorio del primer mundo.
No menos preocupante es la constatación de que ser joven es factor de exclusión en Canarias, y es que uno de cada tres jóvenes, entre 19 y 29 años, está afectado por procesos de exclusión social, lo que les impide, señala el informe, dibujar proyectos de vida para hacer la transición a la vida adulta. Durante esta crisis, la precariedad se ha triplicado en Canarias y alcanza casi 130.000 hogares que dependen económicamente de una persona que sufre inestabilidad laboral grave.
Con estos datos es lógico la detección del empeoramiento de la salud mental, descrita como una de las grandes revelaciones de la crisis del covid: 400.000 personas sufren algún trastorno o enfermedad de salud mental, cuatro veces más que antes que la pandemia se plantara en nuestras vidas.
No es alimentar el pesimismo y el desaliento, pero es de agradecer la puesta en común de estos datos por parte de Cáritas para advertir sobre la necesidad de mejorar el sistema de políticas públicas sociales, donde ha habido claramente avances, pero todavía insuficientes, y acometer reformas estructurales que favorezcan la economía y el empleo. Mirar para otro lado es tan indignante como mofarse de la realidad.