En medio del alboroto que rodea la Navidad, que las compras, cuando se puede, que la comida, que las bebidas, y todo ese empaque consumista que envuelve la fiesta anual del mundo cristiano en conmemoración del nacimiento de Jesucristo; celebración, dicho sea de paso, de la que participamos todos de una u otra manera seamos católicos o no, unido este año a la paranoia, en mi opinión construida por la sociedad y los mass medios, a cuenta de las limitaciones en el número de personas que podíamos reunirnos, toques de queda y otras restricciones, que parecía que con ellas el mundo se nos venía encima, pues viví este año uno de los 24 más entrañables de los últimos tiempos, a pesar de que entre nosotros está muy presente la pérdida reciente del patriarca de la familia.
Y fue para mí todo un día muy especial porque mi hijo sin saberlo me dio el mejor regalo de Navidad. Papá Noel no esperó la medianoche para tocarme el hombro. Por la mañana, sentados frente a la tele, —Ey papi, vamos a poner música dura. Puro Joe y Niche—, expresado en el verbo del Caribe que ha mamado en casa desde pequeño y cultivado en sus viajes a Colombia. Eso sí, sin desprenderse del orgullo de ser y sentirse lanzaroteño. Es lo enriquecedor de alimentarse de varias culturas.
Programó en Youtube canciones emblemáticas de dos grandes artistas de la música colombiana, el cantautor Joe Arroyo, exponente de ritmos afroantillanos, y Grupo Niche, de salsa, dirigido por el gran compositor Jairo Varela. Ambos genios fallecidos, Joe y Jairo, sin ser músicos de conservatorio, dejaron un vacío irreparable en la música popular latinoamericana.
Y como si ya fuera poco que un chico de 17 años empatice de esa forma compartiendo gustos musicales y sentimientos conmigo, de pronto saca el móvil y me empieza a enseñar fotos de una página de platos típicos del Caribe, delicias que también ha probado, para así terminar de aderezar y sonorizar nuestro disfrute musical.
—¡Nojoda papi, que vaina linnnda!—, cautivado por la variedad gastronómica.
Hace un par de meses el mismo Mateo me había preguntado que cuál había sido mi columna de opinión más leída. Por datos que tengo de los administradores de los medios digitales donde se publican, le contesté casi sin duda que el escrito de homenaje póstumo a su abuelo. —¿Y por qué?, si eso es un tema familiar que no le interesa a mucha gente—. Buena pregunta y apreciación de un joven que también quiere ser periodista.
Como nosotros, le respondí, hay mucha gente que ha perdido familiares y amigos muy cercanos y queridos, o que sin haber vivido todavía ese trance, se ponen en el lugar del que sufre, pudiendo llegar a imaginar el dolor por la pérdida, y como es el caso, identificarse con el escrito de homenaje a una persona que nunca conocieron.
Y así como nosotros disfrutamos de un día de Navidad muy íntimo, habrá otros tantos hogares que igualmente lo hicieron y disfrutaron a su manera, con sus costumbres, con sus deseos, con sus alegrías y tristezas, pero al fin y al cabo, cualquiera que sea la cultura, ni la cena, ni los vinos, ni la ropa, ni las joyas, ni los zapatos, ni los juguetes, suplen el mejor regalo, donde existen vínculos genéticos y sentimientos tan estrechos que son imposibles de desligar. Nuestra velada de Navidad, como la de muchos hogares, terminó regalándonos la familia. Pudimos, presencialmente, mi mujer, mi hijo, mis dos sobrinas y mi cuñado.
Antes de cerrar esta última columna del año, quiero agradecer el seguimiento de los lectores y la oportunidad que me ofrecen los responsables de los medios digitales de llegar hasta ustedes. Sin ellos, sería imposible transmitirles mis opiniones abiertamente y sin cortapisas. Gracias a todos. Salud y un 2021 inmensamente próspero, es lo mejor que puedo desearles.