En medio de los estragos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia y de la doble miseria, la de la falta de recursos básicos para subsistir y la miseria del comportamiento animal, en humanos, además de otros hechos que nos superan, como el circo violento pre y electoral yanqui, siempre llega como agua pura de manantial al sediento actitudes humanas, de humanos, que me resultan gratificantes.
El 20 de octubre de este año covid, el expresidente uruguayo (2010 - 2015), Pepe Mujica, se fue del Senado anunciando su adiós a la política, a los 85 años de edad, con un discurso emotivo y sin el mínimo atisbo de odio, a pesar de haber sufrido 14 años de encierro forzoso en diversas unidades militares.
Su largo viaje, incluidas escalas en la lucha armada como revolucionario y luego como mandatario elegido en las urnas, finalizó por el covid-19. “Me voy porque me está echando la pandemia”, apuntaba con voz pausada ante un hemiciclo absolutamente callado, para seguidamente advertir que “ser senador significa hablar con gente y andar por todas partes”.
Excepción: lección de política por un político estadista que podría haberse explayado en sus logros, pero que prefirió centrar su discurso en mandar mensajes de aliento y de reflexión al mundo.
Doce días después, el 1 de noviembre de este mismo año covid, un chico, hasta entonces anónimo, Pablo Alcaide, 69 años más joven que Pepe Mujica, se plantó con sus colegas en un emplazamiento emblemático de la ciudad de Logroño, en La Rioja, para limpiar destrozos y reordenar el mobiliario urbano después de una noche de disturbios protagonizados por vándalos que de forma “racional” protestaron por las restricciones de la pandemia. “Estamos hartos de pagar todos por un grupo de violentos”, comentaba el chaval cuando fue requerido por la prensa española.
Además, en reconocimiento al esfuerzo y sacrificio que supone el trabajo, recordaba que su madre, barrendera de profesión, “se desloma (revienta) la espalda para llevar un plato de comer, y no me parece ni medio normal. Aquí tendrían que venir más refuerzos a limpiar por lo que causaron algunas personas”.
Excepción, ¡espero y deseo que no, por favor!: lección política, solidaria y racional de un grupo de jóvenes a los vándalos y energúmenos, a los políticos y a toda la sociedad.
Los discursos de Mujica y de Alcaide conectan, y más que los discursos, conectan sus actitudes porque a la larga son reivindicaciones de unión, no exentas de críticas constructivas, frente a la adversidad.
Son actitudes que en el Caribe llamamos ‘bacanas’, pero que son claramente universales. Cómo no pueden ser planetarios comportamientos pacifistas que tienden a poetizar la vida y que buscan favorecer el conjunto y no la individualidad, cómo no podemos desear, todos, tener el suficiente control para responder con acciones solidarias a hechos violentos e intolerantes y lanzar una oda a la convivencia, o cómo no puede ser planetaria la celebración de la vida con responsabilidad, que implica respetar a los demás, hoy más que nunca cuando el francotirador covid nos apunta a la sien.
John Lennon, que probablemente hubiese cumplido 80 años el pasado 9 de octubre, dijo por allá por los setenta: “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único, espero que algún día te unas a nosotros”. También la firmarían Mujica y Alcaide.
Ahora que hay tropiezos permanentes e incertidumbres por doquier, rescato el final del discurso de Mujica, especialmente dirigido a los jóvenes, como los miembros del grupo solidario de Logroño, donde el político señalaba que “triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”, con un preludio que bien podía colgar en muchos despachos: “El odio termina estupidizando”.