La mítica ‘19 días y 500 noches’ de Sabina evoca una de sus rupturas amorosas, allí el cantautor expresa que la quería tanto que tardó ese período alegórico en aprender a olvidarla, y aunque sus letras no tienen nada que ver con el contenido de este artículo, me permito recoger el título del maestro Joaquín para intentar expresar el susto que pasamos por el ingreso hospitalario de 51 días de un familiar cercano, ya fuera del hospital y mucho mejor gracias a la ciencia, pero aún sin diagnóstico concluyente.
Fueron tantos días que todavía no podemos calcular las noches de incertidumbre, como seguro las han vivido y viven decenas de familiares de pacientes con larga estancia hospitalaria que no saben cómo afrontar trances difíciles de asumir como el traslado de sus enfermos a UCI, una cirugía de urgencia o el empeoramiento repentino de su salud hasta llegar a un estado grave, crítico o la muerte misma.
Asumiendo que los facultativos de cualquier especialidad están preparados para comunicar al paciente y su familia el estado clínico del enfermo de forma directa y en un lenguaje asequible para quien no es profesional sanitario, incluidas las malas noticias, es vital la integración de psicólogos a unidades hospitalarias como cuidados paliativos, UCI, quemados, unidades de menores de edad o el apoyo directo a pacientes y familias que sobrellevan como pueden una situación complicada sea cual sea la patología.
Por varias experiencias en mi familia, unas más graves que otras, el apoyo constante, las palabras de ánimo, las muestras de cariño y solidaridad, el seguimiento del estado de salud preguntando a los médicos y enfermeros por la evolución del paciente y las visitas diarias a nuestros seres queridos, por supuesto, respetando los horarios y restricciones según el caso, contribuyen a la recuperación del enfermo o al menos a mejorar su estado de ánimo, y si detrás hay psicólogos orientando ese trabajo, pues mucho mejor.
Sobre el impacto en los ingresos hospitalarios, los psicólogos detectan estados depresivos, estrés o ansiedad en pacientes con largos periodos de estancia en centros sanitarios. Parece obvio, pero diagnosticar y no actuar no ayuda a paliar estas manifestaciones y menos a resolver el problema como puede pasar con cualquier patología. Ahora parece que hay un poco más de atención a la salud mental.
Interesado por hechos cercanos, estuve leyendo estudios en la materia que relacionan la tristeza del paciente con esa especie de desahucio de su medio natural. Es un hecho traumático verse despojado de un momento a otro de la calidez del hogar, del trabajo o de la rutina de ocio y recreo, y más, si pasan y pasan los días y las noches. La ayuda psicológica seguro que ayuda a manejar mejor situaciones de angustia vividas en el ámbito hospitalario. Yo por lo menos la eché en falta, sobre todo en el periodo de mi familiar en UCI.
A veces te quedas con cara de tonto por no saber qué decirle a un enfermo grave y menos si es un familiar cercano que espera siempre de ti mayor complicidad y empatía. Cuando escuchas que hay que darle ánimo, lo haces como buenamente puedes o se te ocurre y sin saber si el silencio prolongado pueda entenderse como desinterés.
Y qué decir de personas que visitan a los enfermos que seguramente sin ninguna intención lanzan preguntas o comentarios imprudentes que hieren. ¿Qué hacemos en estos casos? Son respuestas que me gustaría tener claras como acompañante.
Por mucho que hayamos visitado hospitales y sepamos que es indispensable para la recuperación de determinadas dolencias, estar en calidad de paciente lo convierte en un lugar estresante con rutinas desconocidas, con pruebas y exámenes que conllevan resultados que se esperan con expectativa y preocupación y que terminan alterando la tranquilidad, entendiendo que entran en juego factores como la edad, el tipo de enfermedad que padece el paciente, la calidad de la atención y el trato que recibe de médicos, enfermeros y auxiliares y el arropo de su familia.
La asistencia psicológica es indispensable para saber cómo actuar de la mejor forma posible, pero lo que sin duda favorece la convivencia con la enfermedad es ofrecer al paciente un trato respetuoso y cariñoso porque recriminarle sin tener en cuenta que por su condición se encuentra más sensible, solo derivará en el retroceso de su recuperación.