Una debacle más. Ni siquiera el servicio prestado por un artista de gran talento, con trayectoria y apasionado por el festival como Blas Cantó ha servido para enderezar el maltrecho rumbo de España en Eurovisión. El cantante murciano obtuvo este sábado el puesto 24 de 26 en la gran final del festival que se celebró en Róterdam (Países Bajos). El español recibió seis votos en total, todos del jurado. Según la crónicas de Javier Escartín en cope.es, el televoto le otorgó cero puntos, igual que a Reino Unido, Alemania y Países Bajos. Un desastre sin paliativos.
La última de nuestras decepciones se suma a una larga lista de despropósitos que RTVE encadena sin que la corporación pública parezca reaccionar ante el pisoteamiento de la marca España en un festival seguido por más de 200 millones de espectadores cada año. Los datos sonrojan a cualquiera: España no supera el puesto 21 desde el décimo lugar de Ruth Lorenzo en 2014. Nuestro país, además, es el único junto a San Marino y Montenegro que no ha superado los cien puntos en una gran final desde el año 2000 y nuestra mejor puntación son los 125 votos que obtuvo Mocedades en el año 1973 pese a que ahora hay el triple de puntos en juego que entonces. Las estadísticas más negativas se amontonan en el cajón de los desastres mientras la devaluación de la imagen de Eurovisión se desboca en nuestro país. España necesita una alegría para reengancharse al festival. Y Blas Cantó tampoco se la ha dado.
El murciano no lo tenía fácil. Pese a ser una de las mejores voces de la edición, su balada "Voy a quedarme" se diluyó en una final en la que el nivel de las canciones ha sido notablemente mejor que en las últimas ediciones. Ni siquiera la explosión de emoción y el derroche vocal del intérprete durante su actuación sirvieron para encandilar al jurado y al público. Tampoco sirvió la estrategia de alinear la canción con el recuerdo sentimental de Blas hacia su abuela, fallecida en diciembre por culpa de la pandemia, Pese a que España presentaba por primera vez una actuación muy mimada en los detalles técnicos - buena realización, estudiada iluminación y bellos planos durante los tres minutos de canción - el mensaje que sustenta al tema no llegó a los corazones de los europeos.
La actuación de Blas tuvo, eso sí, dos récords para la historia del festival. El inicio a capella durante 24 segundos es ya el más largo del certamen, al igual que la luna protagonista de su actuación se convirtió en el elemento escénico más grande jamás visto en el concurso: siete metros de diámetro. Blas, muy elegante vestido completamente de negro con un pantalón de pinzas y una camisa, culminaba con esta actuación un camino de casi dos años desde que fuera elegido internamente por TVE como representante de España. Un duro viaje trufado de decepciones e importantes pérdidas a los que ha sabido sobreponerse para cumplir el sueño de ese Chiqui Cantó que por las noches se imaginaba en el escenario del festival más importante del mundo. Pero el esfuerzo y el talento no siempre se corresponden con el éxito, como ha quedado demostrado su puesto xx en la final de Eurovisión.
Mientras, la nueva dirección de RTVE debería contar entre sus prioridades con un plan estratégico que rompa con la desgana y el maltrato que ha sufrido el festival en estos últimos años y crear un proyecto desde cero para evitar la evidente desafección que el eterno fracaso genera entre sus espectadores. Sería un error para una cadena desangrada en audiencia abandonar su producto más rentable a nivel mediático.