Me refugié en mi memoria, allí me sentí cómoda y acompañada; el solajero presente, un camino de recuerdos, algunos agradables y otros no tanto, pero fueron las olas que me mecían, las que ayudaron a mi dulce andar. El sabor a salitre, el sonido del timple, mamá cantando una isa.
Los burgaos, el gofio, las cholas mojadas; acompañando la luminosa y dulce tajada de sandía. Recorrí nuestro pequeño continente; solté al vuelo mis poesías desde el Roque Nublo, surqué caminos aromados de violetas del Teide. Oía a mi madre llamándome con el sonido del silbo gomero. Arrullada por el aire fresco del Volcán del Cuervo, seguí escuchando la voz de mis hijos, mis hermanos, bajo el calor de esa preciosa Caldera de Taburiente. El sancocho, la pella de gofio, el caldo de pescado, esa vieja tan rica, del Cotillo majorero; la sonrisa de mis sobrinos, jugando con el balde y la palangana, donde se lavaban los pies después de venir del Charco Azul de la isla del Hierro. Me alongo a la ventana y veo el Risco, desde la Graciosa, con sus playas.
Mi Plaza de España con mi cine Victoria, el potaje de berros y la mano de mi padre, paseando por el Castillo de la Luz. Miré mis pies, y esas raíces, tan recias, me agarraban, mi familia, mis amigos, las amigas de mi niñez; que aún me acompañan, todos a la vez, gritaban, ven pacá muchacha, no te achiques, ante nadie, vamos a amasar y a seguir meciéndonos en este nuestro pequeño Continente.
¡Feliz día, amada Canarias!