SER AMABLE NO CUESTA DINERO…

En estos momentos de pandemia, que a todos nos trastoca la vida y, cuando, precisamente, deberíamos de estar más unidos que nunca en torno a un virus desconocido, ya que no se trata de un rival político al uso y que, por supuesto, no sabemos donde nos podría atacar, paradójicamente, se observan actitudes crispadas, insultos, descalificaciones, mala educación, insolidaridad, incumplimiento de determinadas leyes, negación total, etc., etc.

Por eso, me viene a la memoria la frase preferida de mi buena madre, ya fallecida, que siempre nos recordaba aquello de que “ser amable no cuesta dinero”, con la que se encabeza este modesto artículo de opinión… Y es que, en un país lleno de ingratos, de personas que, generalmente, no dan los buenos días o que piensan que se merecen todo aquello que les viene dado, se impone recordar que, siempre, deberíamos procurar, en lo posible, ser amables con los demás; aunque no nos agraden ciertas actitudes. Se puede, incluso, discrepar y hacer críticas constructivas, siendo elegante en las formas, siendo amable y, a su vez, ofreciendo alternativas.. Vamos, que no pasa nada por dar las gracias y, por ello, a nadie, la saldría urticaria. Pues, un sencillo gesto o una palabra amable nos acercará, siempre, al otro por la honorable vía del reconocimiento…

 La gratitud de por sí es amable. Es decir, invita a amar o, cuando menos, a respetar, tanto para el que la expresa como el que la recibe. La gratitud, además, abre la puerta a compartir, a reconocer y celebrar el valor de lo vivido y la presencia del otro. Quizá éstos son buenos argumentos para navegar por el territorio de una virtud que se nos antoja cada vez más escasa…

 Agradecer es, pues, reconocer e integrar... En la gratitud se genera un doble movimiento. Por una parte, reconocemos al otro; nos acercamos a él en un gesto siempre interno y a veces externo, manifiesto. Y, por otra, al reconocer amablemente al otro, le volvemos a conocer y accedemos a una nueva dimensión de la relación que nos une. Asimismo, cuando la gratitud es espontánea y sincera, tomamos aquello que nos es dado y lo llevamos a nuestro interior. El objeto de la gratitud forma parte, desde ese instante, de nosotros…

 “Cuando bebas agua, recuerda la fuente”, reza el proverbio. En efecto, la gratitud nace de la conciencia y en ella la memoria desempeña un papel esencial. Por ese motivo, el necio es desagradecido, ya que se muestra incapaz de reconocer el valor que procede del otro, porque la vanidad está reñida con la gratitud. El vanidoso, el narcisista y el egoísta son ingratos. A lo sumo, su gratitud es interesada: la expresan esperando mayores favores. Aquel, encerrado en su propia autosuficiencia y en las corazas inconscientes de sus complejos, no tiene memoria y, además, no quiere tenerla… Luego, es reacio a reconocer; no porque no le guste recibir, sino porque la gratitud implica manifestar la gracia del otro, lo cual no encaja en su ecuación existencial.

En nuestra relaciones sociales, a veces, observamos a personas incapaces de reconocer que nadie está en posesión de la verdad absoluta; que, a veces, cometiendo errores, a la larga se acierta y, otras veces, actuando, creyendo en nuestras certezas, con el tiempo, nos damos cuenta de que hemos cometido un craso error... Así pues, amabilidad no es sinónimo de adulación. La amabilidad no es adulación. Ser amable es tener comportamientos afables, de complacencia, de afectuosidad; en cambio la adulación podría tener apariencias de amistad, al igual que los lobos tienen la apariencia de perros… Y, en definitiva, el ser amable con las demás personas, sale barato; no cuesta dinero alguno…