Errores y mentiras que no se lleva el volcán
Tras el abrupto desastre de la cochinilla, la siguiente monoactividad económica para Canarias fue el plátano, cultivo no autóctono, muy ávido de agua, depredador del suelo, que fue introducido por empresas no canarias, para cubrir la demanda europea de vitaminas en invierno. Estas empresas aprovecharon que nuestro clima permitía esa producción, más cercana que los territorios africanos y americanos, con lo que la fruta podía llegar en condiciones aceptables y el coste del transporte no pesaba tanto sobre el precio final.
Esa producción platanera se ha presentado ante el mundo como la gran maravilla económica y social para Canarias, a quien rendía enormes riquezas.
La verdad es que quien se benefició del plátano fue, como es costumbre, únicamente la oligarquía terrateniente canaria, en tanto que la gente de abajo emigrábamos a Latinoamérica. Las familias ricas mandaban sus cachorros a Londres y Liverpool, a ver si entre los guanijai y los tenderetes galantes les quedaba tiempo para aprender algo de inglés. Las familias pobres, mandaban a sus hijos e hijas a Cuba o a Venezuela, a deslomarse y ver si prosperaban y podían mandar algo para acá. Cosa que hicieron, desde luego. Con lo que demostraron que el pueblo isleño, cuando no abusan de él, es capaz de crear riqueza también para sí mismo.
La rentabilidad del plátano canario aumentó artificialmente, además, porque el régimen franquista, preocupado, con razón, por las fuertes relaciones comerciales entre las oligarquías canaria y británica (éramos la base logística de las comunicaciones coloniales del Imperio de Su Majestad), utilizó el SOIVRE para desviar buena parte de la producción platanera a la península. Con lo cual la población de aquellos territorios consumía con sobrecoste lo que sobraba del mercado británico. Un dumping político montado por Franco. Pero, siempre, hay que insistir, en beneficio de las élites canarias. Al pueblo no llegaban ni han llegado los beneficios.
Pasó el tiempo. La tecnología, de transporte y de refrigeración, permitió que la producción bananera latinoamericana llegara a Europa en condiciones competitivas de precio. Y la oligarquía frutera canaria, ciega, sorda y asorimbada, pretendió seguir como siempre. Aquel era el momento, años 80 de haber reducido drásticamente la producción, limitándola a las zonas más adecuadas, para exportar un producto premium, de lujo, excelentemente presentado y a un precio que garantizara la presencia en el mercado y permitiera, no solamente el beneficio del capital, sino la digna remuneración del trabajo.
Era la medida estratégica adecuada. Una producción limitada, que no consumiera tanta agua y que no esquilmara tanto territorio. Pero una producción de alta calidad, que pudiera comercializarse a un precio alto, en los segmentos premium, donde la competencia en precio de la banana no le afectara
En lugar de eso, la oligarquía frutera, con la alegre colaboración de sus servidores del Gobierno de Canarias, optó por lo que entendió la vía más fácil. Sobreproducir, vendiendo barato, con la esperanza de que el ínfimo precio unitario sostuviera el beneficio empresarial. Y cuando el mercado no absorbía tanta oferta, ni siquiera a precio bajo, se recurre a la criminal pica, botando barranco abajo la fruta sobrante.
Todo ello, apalancando el tenderete con subvenciones y barreras arancelarias.
Un tenderete que, insisto, sostiene la rentabilidad de las empresas, a costa del abuso de la mano de obra y sin ningún beneficio para el pueblo que, mientras tanto, ha emigrado cuando pudo, a Europa y, ahora, que no hay a dónde emigrar, sobrevive en las colas del hambre.
Ahora, en plena tribulación por el volcán, vemos como la oligarquía platanera, persiste en sus manipulaciones, pretendiendo torce la Ley de Cadena Alimentaria para engordar artificialmente los costes y así aumentar las subvenciones. Todo lo que dicen los medios sobre este asunto es media verdad y, por tanto una mentira colosal. Lo que se ha admitido en esa Ley de Cadena Alimentaria, no ha sido en favor del plátano canario, sino para el mayor lucro de la oligarquía platanera canaria, que es cosa distinta.
Como dice Domingo Méndez:
“…se pide que la subvención del POSEI al plátano se compute como coste de producción, con lo que el cálculo daría coste de producción superior. ¿Con qué finalidad? Seguir recibiendo subvenciones que garanticen el beneficio en cualquier circunstancia.
Lo lógico sería abandonar un cultivo irrentable y dar ayudas para su sustitución. Pero es más fácil vender sobre seguro garantizando el beneficio a costa de fondos públicos, que se obtienen con los impuestos que pagamos”
A esta situación hemos llegado. Ya el plátano ha perdido todas sus posibilidades y patronal platanera y gobierno se aferran a las ayudas públicas, para sostener una producción imposible de comercializar.
Curiosamente, la evolución del turismo masivo en Canarias, ha sido muy similar a la del plátano.
El turismo, presente en las islas dos siglos atrás, empieza a organizarse en los años sesenta, de una manera razonablemente sostenible. Puntos muy localizados, que enfocan a targets de nivel económico y cultural medio alto. No se trataba de crear acá un Montecarlo, sino de captar turistas que apreciaran la calidad del territorio, su paisaje, la alimentación y las costumbres locales y que pudieran y quisieran pagar el precio adecuado. Sin embargo, ya desde entonces, con la infortunada visita de un personaje siniestro llamado Fraga Iribarne, se plantaron las bases para prostituir, al turismo y a Canarias. Aquella funesta operación en la Playa de Las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria, de desarraigar a la población afincada en su entorno, para hacinarla de mala manera en barrios periféricos y crear en su lugar un entramado turístico, de grandes hoteles y pequeñas residencias, se fue proa al marisco. La causa, otra vez, la ignorancia estratégica de vender un producto de playa “con seguro de sol” en un punto en el que la panza de burro, tan apreciada por el buen sentido de la gente playera, frustraba las expectativas de las y los turistas que demandaban que ese sol brillara todo el día.
Entonces empezó la tremenda ofensiva devastadora que ha sepultado en hormigón a buena parte de las costas de las islas, con la feliz excepción en parte, de las tres occidentales.
La ciega e ignorante oligarquía canaria, con la colaboración necesaria y traidora de los sucesivos gobiernos CCPPPSOE y excrecencias locales, se alió con intereses extranjeros para destrozar todas las posibilidades de una explotación de turismo sostenible, selectiva, de nivel medio, con preservación del territorio, el ambiente, la cultura, la identidad y la producción alimentaria local, a un precio alto que permitiera, además del lícito beneficio empresarial, que la gente del pueblo participara del negocio, aportando su trabajo en condiciones dignas. Un turismo que se aprovisionara en su mayor parte en las islas. Porque ese concepto, que es el lógico y benefactor general, tiene un problema, el mismo que el del plátano. Que para venderlo hay que saber hacerlo. Cuando se es un ignorante supino, es más fácil vender barato que caro.
En ese camino del esperpento, nos dimos un tropezón. Cuando sobrevino la pandemia y mandó a parar. Hasta ese momento, el turismo de masas recibía 17 millones de turistas, es decir, 34 millones de largos contaminantes vuelos más unos centenares de escalas de cruceros igualmente contaminantes. Una invasión atroz de seres humanos que consumen energía -que todavía generamos en más de un 80% quemando fósiles- de manera desenfrenada, desperdiciando cataratas de agua -que producimos con desalación altamente contaminante- para que beban, se bañen, evacuar sus excrementos, lavar la ropa y enseres que utilizan, llenar las piscinas y regar los jardines suntuarios que no producen nada. Una invasión a la que atendemos con un cien por ciento de materiales y un noventa por ciento de alimentos importados, desde lejanos orígenes en un transporte en frío o congelación también largando carbono a la atmósfera.
En fin, un turismo masivo que enriquece a las empresas extranjeras y a las élites canarias, derramando alguna migaja sobre quienes desde la política y los medios les sirven. Un negocio que, a cambio, ha deteriorado el ambiente, arrasado buena parte del territorio, asfixiado a la producción alimentaria local, aniquilado nuestra cultura -que alguien cuente las pizzerías y hamburgueserías que existen y cuántos establecimientos canarios- neutralizando todo intento de conseguir las soberanías alimentarias y energéticas y poniendo a toda Canarias a merced de la voluntad de las operadoras turísticas internacionales o de, como hemos visto, de las calamidades sanitarias o telúricas. Y, como guinda siniestra de esta torta nauseabunda, haciendo que Canarias contribuya notablemente al calentamiento global cuyas consecuencias serán fatales para toda la Humanidad.
Plátano barato y turismo de masas, las dos desgracias del pueblo canario.
Con la pandemia, aviso de Gaia de que hay que cambiar los hábitos de consumo y de vida, se abrió la posibilidad de que Canarias cumpliera con su obligación de buscar otras actividades económicas, que las hay, y redujera a menos de una cuarta parte su actividad turística. De igual manera, el altísimo coste ambiental, en consumo de agua, esquilmación del territorio y contaminación en el transporte, sin rentabilidad económica real alguna -el beneficio empresarial viene de las ayudas y subvenciones- exigen el abandono de esa explotación, sustituyéndola por el cultivo alimentario para consumo local.
Nada de eso ha ocurrido. El cacicato canario y los gobiernos -nacional canario, insulares, municipales- y los y las profesionales que les sirven ya estaban echando las cuentas para colocar los cacareados fondos europeos para la recuperación de la pandemia, en alimentar la hoguera de errores anterior.
Y, ahora, en mi La Palma amada, Gaia viene de nuevo con su airada advertencia.
Pero tampoco importa.
Todos los planes de recuperación de la devastación volcánica apuntan a la continuación del turismo masivo y del cultivo intensivo del plátano en La Palma. Van a desperdiciar la ocasión y el dinero -van por 216 millones de euros, más el de las colectas- en dos actividades fuertemente agresoras del medio ambiente, que no benefician a la población canaria, para el lucro exclusivo de una minoría afortunada. No tienen intención ninguna de dedicar siquiera una parte de ese dinero en la busca de alternativas que diversifiquen al menos la economía. Ni en La Palma ni en Canarias.