¿Tienen alma los muebles?
Fue Ruano quien escribió un libro sobre los muebles viejos y vino a decir, sin decirlo, que los muebles tienen alma. Un mueble, una mesa, el sillón favorito, nos sobreviven y quizá se entristezcan cuando nos vamos al otro mundo y pasen a manos distintas, por la vía del anticuario, del contenedor o del rastro, según sea su suerte y su valor de mercado. Yo he pensado muchas veces que sí es cierto que tienen alma y ahora que vuelvo a estar agitando las cosas me viene a la mente la opinión de César al releer su libro de los objetos perdidos y encontrados, que así se titula el alegato, que compré por 45 euros en la Cuesta de Moyano madrileña, hace años. Él dice que su libro es un inventario de piezas amadas, porque uno puede estar apegado a un viejo mueble como a una mujer. Yo he tenido toda la vida el vicio de comprar, es decir, compro, guardo y regalo, sin tiempo para disfrutar más que de muy pocas cosas, que son las que uno necesita para estar cómodo. Como dice el propio Ruano, que me va a escribir hoy el puto folio, ama uno a las mesillas clásicas, sin pretensiones, que tenían la tapa de los sesos de mármol. Qué decir de las alfombras, que yo tuve que quitar de en medio porque a la perrita le daba por mearlas y no era plan. Así que las di en adopción a familiares que no tenían perros en casa. También casi han desaparecido las escupideras, aunque yo tengo dos, llenas de monedas de cuartos de dólar de cuando viajaba a la Gran Manzana y a otros destinos de América. En fin, que hasta las escupideras pueden tener alma, eso sí, el alma del pobre Lázaro, mientras el rico Epulón le lanza cuartos de dólar mezclados con escupitajos. Y así.
Publicado en Diario de Avisos