Pasarela mascarilla
La moda se ha trasladado a la mascarilla. Los patriotas se colocan la de la Guardia Civil. Los comunistas lucen una estrella roja en la suya. Los maduristas, una foto con la jeta del dictador. Los tetistas, el escudo del Tete en la suya. No digamos los culés, expertos en propagar la horterada por el mundo. Hasta los porteadores de los safaris de Kenia estropean el paisaje luciendo la elástica y el escudo del F.C. Barcelona. Pasarela Mascarilla sustituirá este año a la Pasarela Cibeles y los modistos se afanan en diseñar la horrenda prenda de la manera más sofisticada: a rayas, con el logo de Gucci y de Louis Vuitton. Un horror, oiga, lo de la mascarilla. Espero que a mi amigo Juan Antonio Inurria, un hombre de evidente buen gusto, no se le ocurra incorporar la mascarilla a su exitosa producción textil, en la que priva la calidad. La mascarilla se ha metido en nuestras vidas con una fuerza tal que nos está arrasando, sin que nos demos cuenta. Hay algunas que son carísimas y no digo yo cuando las grandes marcas las produzcan en serie y con esos logos que cuestan millones. Yo me voy a poner una de Pedro Sánchez y así me inmunizo contra plagios, fake news, mentiras arriesgadas y todas esas cosas que destila el presidente, que ha mandado a su mujer y a sus suegros a vivir a Doñana, a costa de mis recargos. Allí no necesitan mascarillas porque el aire es puro y los patos no contagian el virus mortal. Cada vez que los va a ver, al erario -¿quién será el erario?- nos cuesta 22.000 euros entre escolta, combustible del helicóptero y varios. Así que la mascarilla de más calidad, en esta Pasarela, va a ser la de Sánchez y la de todos sus muertos –los del coronavirus-.
Publicado en Diario de Avisos