Mi última novela
Sólo después de vivir engañándose durante diez meses y veinte días con un amor de alquiler que le rompió el ama y le perforó el bolsillo, el escritor volvió a la realidad y se retiró a escribir su último relato. Sentía la misma sensación de estupidez que cuando releía sus artículos en los periódicos: ¿Cómo se puede escribir esta mierda?, pensaba en voz alta. Cayó en la cuenta de que algunos de los personajes claves de sus obras eran gentes sin nombre. La ficción es ficción y no los necesita, pero para que nadie crea que estás saltando tu biografía a golpe de novela, lo mejor es colocar un antifaz en el rostro del personaje y que la gente piense lo que quiera, tú ya puedes defenderte. Y lo que era más grave: este hombre tenía la sensación de que todo lo que escribía le salía igual; es decir, que ya no le quedaba nada que contar, circunstancia terrible para una persona del oficio. Su amigo el profesor de filología le tranquilizó con una sentencia demoledora: “Estás pasando una crisis de estima, y únicamente te librarás de ella leyendo las mierdas que escriben los demás; así comprobarás que lo tuyo no es tan malo”. Hoy mismo ha aprendido que la luna llena convierte en verde el agua de los estanques; no, de las piscinas no, porque un filtro las mueve continuamente. La luna sólo se apodera de las aguas estáticas, quietas, no de las agitadas del mar, ni tampoco de las que corren por los ríos”. Este es el comienzo de mi última novela, aún a la mitad, muy a mi pesar; un texto que incluí como nota preliminar en un libro de Aurelio González, prologado por Juan-Manuel García Ramos. Se trata de una novela incierta, en cuanto a su aparición. Ya soy mayor, no tengo editor.
Publicado en Diario de Avisos