La generosidad
Transcurrida parcialmente la euforia de la pandemia, es ahora cuando mejor comprendo el sacrificio de los que yo jamás aplaudí. Ha sido fantástico el comportamiento de los sanitarios de este país y supongo que de otros muchos. A mí los acontecimientos dolorosos de todo tipo se me tardan en manifestar. Siento las cosas, pero las siento más cuando las echo de menos. Me pasa sobre todo con los seres queridos desaparecidos. Me doy cuenta muy tarde, por lo general, de lo que he perdido y de lo huérfano que se siente uno sin ellos. Y he perdido demasiados. Ahora se me está muriendo un amigo, no tiene solución su dolencia, y me preparo para lo peor, pero estoy seguro de que, si consigo sobrevivirlo, lo sentiré mucho más cuando empiecen a pasar los meses. Con esto de la pandemia ha muerto demasiada gente, más de 40.000 personas, casi todas mayores, que no se merecían este final sino el respeto y el reconocimiento de los más jóvenes. En las tribus se venera y se obedece a los ancianos, se reconoce su sabiduría. En el primer mundo a los viejos se les aparta; los internan en residencias cuando no los abandonan a su suerte. Es molesto que un viejo se cague y se mee en un pasillo, pero el hijo no tiene en cuenta cuántas veces sus padres le cambiaron los pañales, cuando no sacrificaron su vida por él. La generosidad se demuestra ahora, en la mala hora, en el momento de una crisis brutal. ¿Qué sería de los nietos sin sus abuelos? ¿Quiénes sino los abuelos son capaces de repartir tanto amor? Esta crisis social y económica nos trae, además de la desgracia, muchas enseñanzas. Nos ha humanizado. Nos muestra que los importantes no sólo somos los sanos, sino también lo son los enfermos, que se merecen toda nuestra dedicación. Y, sobre todo, mucho respeto.
Publicado en Diario de Avisos