Voluntarios del arte y el folklore
Tiene mérito dedicarse a cualquier actividad cultural, artística, deportiva o de índole social por simple “amor al arte”. Por vocación, por el interés de tender la mano de forma temporal o permanente ante una adversidad, por la generosidad de entender que el conocimiento, la experiencia o las habilidades personales pueden ser útiles para una causa o colectivo, es para quitarse el sombrero.
Loable porque se hace sin ningún tipo de obligación, exprimiendo el tiempo del día a día para cumplir, y es que aunque sea una actividad voluntaria, aceptarla ya es una responsabilidad que compromete la vida del individuo, y hasta la de su familia, y también la del grupo o entidad a la que sirve, que ya cuenta contigo en las duras y en las maduras. No es fácil empezar y sobre todo mantenerse sabiendo de antemano que no hay remuneración económica o material.
Durante la pandemia, cuerpos de apoyo social y sanitario como las agrupaciones de Protección Civil desarrollaron un trabajo impagable, arriesgando incluso sus vidas y poniendo en jaque la de sus seres queridos.
En altamar, muy lejos de la costa, hay gente que se juega la vida intentando salvar otras vidas que, aunque no parezcan a los ojos de algunos o muchos, tienen igual valor, me refiero a las vidas de inmigrantes defenestrados por la pobreza, la guerra, la violación de derechos humanos o cualquier situación extrema que clama el asilo.
También hay gente que va a diario a cocinar, servir y lavar platos en comedores sociales de ONGs para ayudar a personas vulnerables y ayudar también a esos otros voluntarios que consiguen donaciones para preparar los alimentos, toda una cadena solidaria. Por todo el mundo hay ejércitos y ejércitos de voluntarios que suplen misiones ante la ausencia de Estado o la cobertura insuficiente del mismo.
Esta semana asistí a dos eventos culturales donde sus protagonistas conmemoraron sendos aniversarios. La Agrupación Vocal de Yaiza, el coro del municipio, celebró 25 años de trayectoria artística narrando y cantando el pregón de las fiestas patronales del pueblo de Yaiza, y la Agrupación Folklórica Rubicón, también con raíces en el sur de Lanzarote, apagó sus primeras 20 velitas en el Festival que lleva su nombre, ofreciendo este año, de regreso tras la pandemia, una sentida muestra folklórica de toque y baile recorriendo musicalmente las ocho islas del Archipiélago canario.
Una y otra plagadas de componentes voluntarios, gente que tiene que cumplir con ensayos semanales, personas que buscan la forma de adaptar sus horarios laborales y quehaceres del hogar para no fallar, asistir a los ensayos y ganarse el derecho a actuar frente al público, y son años haciéndolo.
Meritorio el trabajo y compromiso de estos voluntarios del arte y el folklore que como cualquier creador solo esperan la dulce recompensa del aplauso y el sumun de la ovación, sin huir, por supuesto, de las críticas constructivas, porque al fin y al cabo es un trabajo expuesto al público que puede gustar más o menos.
En todo caso, merecen y se han ganado el respeto de todos, por el arte que nos regalan, el conocimiento que divulgan y el mantenimiento de la actividad como esencia del relevo generacional y la permanencia de las tradiciones.
Respetar el arte y el folklore, que también es arte, es respetar a los demás, a sus exponentes y a su público, pero también es respetarnos a nosotros mismos. Felicidades a todas las mujeres y hombres que forman parte de la Agrupación Vocal de Yaiza y de la Agrupación Folklórica Rubicón, y gracias de corazón porque quizá no se imaginan cómo nos hacen disfrutar y todo lo que su expresión artística ayuda a integrarnos, en el caso de los ciudadanos extranjeros.