Se acaba el mundo
Por si acaso, no se asusten, o sí, que no es una profecía de esos pastorcitos (as) mentirosos que exprimen a fieles exigiendo diezmos o contribuciones periódicas para salvar la humanidad.
Las imágenes de desastres naturales nos llegan por decenas desde distintos rincones del planeta. Este verano hemos visto emergencias por inundaciones e incendios forestales devastadores en un mismo país y coincidentes en el tiempo, una locura.
“Se nos acaba el tiempo”, escuché decir en radio a una científica española partícipe del grupo intergubernamental de expertos que este semestre publicó un nuevo informe sobre cambio climático.
Un texto reciente de Andrés Jaramillo, del portal France 24, recuerda que el científico sueco, Svante August Arrhenius, fue la primera persona, en 1896, en alertar públicamente sobre el impacto del CO2 en la atmósfera argumentando su ensayo ‘La influencia del ácido carbónico en el aire, sobre la temperatura del suelo’.
Si con la que estamos soportando directa o indirectamente todavía algunos creen que el desarrollo industrial no hace suficiente mella en el medioambiente, imaginemos la credibilidad que pudo haber tenido hace 125 años el profesor sueco advirtiendo sobre el aumento de la temperatura de la Tierra. Luego ya fue más que una evidencia y por primera vez, en 1970, la comunidad científica expuso abiertamente el término calentamiento global.
En 1988 se registró hasta entonces el año más caluroso en la historia del planeta y a partir de allí empezamos a ver por todas partes la frase ‘efecto invernadero’. Fue entonces más recurrente la explicación sobre la diferencia entre la energía que entra y sale del planeta y el peligro de agrandar un agujero en la capa de ozono provocado por gases industriales que nos exponga más a los rayos del sol.
El efecto invernadero es el fenómeno por el que la energía solar recibida en cada momento por la Tierra que proviene de la radiación solar natural no puede volver al espacio, queda atrapada por la barrera de los gases de efecto invernadero que forman una capa que no deja que este calor se vaya.
Como soy de los que creo que los mensajes de concienciación y sensibilización los atendemos más si nos llegan desde las artes, ojo gobernantes, en el año 92, la banda mexicana Maná, cuatro años después de la subida histórica de temperaturas, estrenó su mítico disco ¿Dónde jugarán los niños? La letra íntegra de la canción que da nombre al álbum es bastante dura, pero que te digan cantando que “la tierra está a punto de partirse en dos…” es un aviso de alarma.
Los científicos apuntan que la influencia humana en el sistema climático es clara y va en aumento, y sus impactos se observan en todos los continentes. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial publicado esta primera semana de septiembre pone más estadísticas: las catástrofes relacionadas con el clima se han quintuplicado en 50 años. El cambio climático y los fenómenos meteorológicos, cada vez más extremos, han provocado un aumento de las catástrofes naturales impactando de forma brutal en los países más pobres.
Se registraron más de 11.000 desastres en todo el mundo, con más de 2 millones de muertes y 3,64 billones de dólares en pérdidas. Más del 91 por ciento de las muertes se produjeron en países en desarrollo. Escandaloso, y eso que el avance en los sistemas de prevención y alerta de emergencias han evitado más muertes. Vendrán más sequías, inundaciones, olas de calor, incendios y, en consecuencia, más hambre. “Se está pudriendo el mundo, ya no hay lugar”. Duro y cierto, Maná.