Más dosis, por favor
Mis lectores habituales saben que machaco bastante, pudiendo volverme hasta ‘pesao’, sobre la importancia de promover más, muchísimo más, las distintas expresiones del arte y el amplio espectro de manifestaciones culturales, incluyendo las más tradicionales y populares, para despertar y potenciar el pensamiento crítico sobre todo entre la infancia y la juventud.
Y hay que empujar y decirlo una y otra vez ya no solo para que los sectores público y privado atiendan un pilar, la cultura, que además genera empleo y mueve la economía, sino para que la misma sociedad responda a las propuestas de eventos y espectáculos a veces desolados.
En mi recorrido académico y profesional reconozco el arte como una formación no reglada más importante que muchas de las asignaturas de la educación superior, y con un plus esencial en la vida, el disfrute. Ir a un concierto, exposición de artes plásticas, tertulia literaria o espectáculo de artes escénicas equivale a decenas de horas de clases, te llena como persona y enriquece el aprendizaje en cualquier nivel educativo.
Aparte de este valor, no había detectado personalmente la tremenda dimensión del arte y la cultura en beneficio de la salud individual y pública hasta la ocurrencia de dos hechos: el cáncer de mi hermana Ivonne (DEP), y tres años y medio más tarde, el coronavirus. Solo como un hecho anecdótico, durante las sesiones de quimioterapia observé desde mi rol de acompañante las sonrisas que arrancaban a pacientes y profesionales sanitarios los versos cantados de un artista guitarra en mano en plena sala de tratamiento. Sabía de la acción de ONGs que llevan alegrías a niños y adultos enfermos a través del arte, pero nunca lo había visto tan de cerca.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó al inicio de la pandemia incluir el arte y la cultura en los sistemas sanitarios. No es ningún descubrimiento los efectos preventivos y paliativos de la interpretación o el disfrute a placer de la música, el baile o la lectura, entre otras expresiones, pero el covid provocó que la OMS analizara en profundidad casi un millar de publicaciones científicas sobre los beneficios del arte en nuestra salud física y mental.
Aunque la pandemia sigue vigente, a la cultura debemos reconocerle desde ya su aportación y solidaridad en los peores momentos de confinamiento y restricciones cuando sus voces, letras, imágenes y sentimientos aplacaron el sufrimiento. Debemos reconocerlo con palabras y sobre todo con hechos, retratándonos en taquilla o asistiendo sin más a eventos gratuitos, sí, gratuitos, la palabra mágica del mercado.
No soy artista, pero sí que me molesta el blablablá y los golpes de pecho de que “hay que apoyar la cultura”, incluyendo a los ‘mamma politikós’, que en su vida han pasado por un concierto, exposición o lanzamiento de un libro, o medios de comunicación que dan espacio residual a las noticias culturales.
A ver si la supuesta nueva sociedad poscovid y el llamamiento de la ciencia contribuyen a que otorguemos todos a la cultura el estatus que merece. Dudo del cacareado cambio de la sociedad, pero al menos para parte de ella creo que ha quedado claro que la salud no es un asunto menor.
Y es la ciencia, no los negacionistas, ni los especuladores vestidos de religiosos, ni los ‘mamma politikós’, la que pone al arte y la cultura en un contexto de servicio de bienestar comunitario sin pretender arrancar a la misma ciencia el valor de sus tratamientos y soluciones a problemas de salud, ¡ni más faltaba!. Si una o dos dosis de momento parecen suficientes para controlar el covid, faltan muchas más inoculaciones de arte y cultura para tener una visión más crítica y universal, y si no interesa, al menos para gozar de mejor salud.