Seis horas de alivio
‘Ya sirve esta mierda’, este mensaje en forma de meme enviado por un amigo desde el Caribe colombiano fue el primero que abrí en mi Whatsapp el pasado 5 de octubre a primera hora después de haberme acostado sin el servicio de la aplicación de mensajería instantánea, que junto a Facebook e Instagram, sufrió una caída global de seis horas el día 4 de octubre de 2021, avería histórica y traumática para la mayoría de los mortales que prácticamente ya no sabemos ni vivir ni trabajar sin alguna de las tres o, en el peor de los casos, sometidos o dependientes de las tres.
En verdad, poco me interesé en saber la causa del “apagón”, debe ser por puro egoísmo ya que no tengo ni creo que abriré cuenta personal en red social alguna, es más, poco más que celebré la avería. Soy un bicho raro porque no tengo ‘feibu’, tampoco Twitter e Instagram, y aquí estoy vivo y trabajando, eso sí, respeto a sus usuarios.
Y celebré las seis horas sin Face, Whatsapp e Instagram porque fue un momento de respiro, fue como uno de esos días que se programan a nivel mundial para sensibilizar sobre la contaminación medioambiental, como el día sin uso del vehículo de motor. Me acordé de los meses que no volaron aviones por la pandemia, celebré poder hacer varias llamadas, escuchar voces y saber directamente la respuesta u opinión de mi interlocutor sobre un asunto personal o de trabajo, interlocutor que si acaso vemos representado en una imagen de perfil de red social. Celebré que por unas horas no fuéramos seres antisociales.
El cerebro respiró, nos liberó de muchos mensajes de hipocresía, en redes todos somos guapos y guapas y todos queremos a todos, vaya, el mundo ideal que la vuelta a la normalidad, nunca mejor dicho, sigue desenmascarando, el ombliguismo, la insolidaridad y otras tantas virtudes del reino humano animal, perdón, animal humano.
El reenvío inmediato que hice a unos amigos del ‘ya sirve esta mierda’ no sé si es un ejemplo de la conducta adictiva que tenemos a las redes sociales y a los dispositivos móviles, pero sí que me recordó los factores de riesgo ante una conducta poco saludable del uso de la tecnología, por supuesto, sin desmerecer ni su popularidad ni mucho menos su utilidad, y es que es más que obvio que las nuevas tecnologías y las redes han influido sobre todo en los jóvenes, son herramientas habituales en su formación, socialización y entretenimiento, pero como decía mi viejo, todo en su justa medida.
Y es que la desconexión con la realidad y la suplantación de prioridades, como el estudio o el deporte, con miras a un desarrollo personal y profesional, es de mis mayores preocupaciones como padre de familia. Ahí estoy de ‘pesao’ machacando a mi hijo sobre los peligros de su uso abusivo. Los entendidos asocian la dependencia a internet y a las nuevas tecnologías con la pérdida de control, reducción de actividad física o privación del sueño, aparte de la ansiedad e irritación por permanecer conectado. La conducta adictiva a redes sociales ya es considerada como un subtipo de adicción a internet, quizá la más preocupante.
Lo siento por los 3.500 millones de usuarios y por el desplome de las acciones de Facebook que cayeron un 4,9 por ciento en Wall Street, que con ello tampoco creo que Mr. Mark Zuckerberg se vaya al carajo, pero yo sí que celebré esas seis horas de respiro.
Y a propósito de la necesidad de comunicarnos y escribirnos, de la necesidad de recibir respuesta y que no nos dejen en ‘visto’, me acordé del final de la novela de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba. Se cansó el coronel, idealista él, viviendo en la precariedad, que le notificaran el derecho a su jubilación por sus servicios prestados a la patria, para entonces apostar su supervivencia y la de su mujer a lo que pudieran sacar de las faenas de un gallo de pelea.
“—Es un gallo que no puede perder. — Pero suponte que pierda. —Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel. La mujer se desesperó. «Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
—Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —mierda—.”