Sin cuatro fiestas, y qué
Por compromisos de trabajo o por precios abusivos de aerolíneas que se ceban inflando billetes de avión para vuelos transatlánticos en temporadas altas sin que nadie regule nada, cumplo este 2020 diecinueve añitos sin compartir la Navidad con mis padres, digo de forma presencial porque la relación espiritual y emocional permanece. Ya con mi padre, que se fue en agosto pasado, no lo volveré a hacer, y con mi madre, con quien guardaba la esperanza hasta último momento, tampoco se pudo este año.
Un año complicado para todo y para todos, para la salud, para el trabajo, para la economía global y de los hogares, para el estudio, así, sinceramente, creo que las celebraciones ante problemas tan gordos son totalmente prescindibles, por muy entrañables o tradicionales que sean. Negacionistas: ¡Ahora prima la salud!
Preocupante que la discusión en una sociedad supuestamente desarrollada y educada se centre en que si podemos reunirnos dos, cuatro, seis, diez o más personas, cuando la responsabilidad individual debería determinar, no si podemos, sino si debemos reunirnos tal o cual número de comensales por Navidad o Nochevieja.
Qué más da si son cuatro, y solo uno de ellos por su trabajo de cara al público está expuesto a diario relacionándose con personas no convivientes; o que seamos seis en un piso de escasos metros cuadrados con poca ventilación; o si somos diez que hemos estado cumpliendo a rajatabla las medidas de bioseguridad; o si entre los participantes, cualquiera que sea el número, hay personas con patologías que las hacen más vulnerables al covid-19.
Los gobiernos determinan restricciones y de la conciencia de cada uno saldrá nuestro proceder. Y es que ya estamos bastante mayorcitos y hemos visto y seguimos contemplando estadísticas diarias de muertos, ingresados en UCI, sanitarios abatidos que suplican prudencia, vacunas con incertidumbres y gobiernos desbordados en todo el planeta.
‘Las cuatro fiestas’ es el título de una canción del compositor barranquillero Adolfo Echeverría, fallecido en 2018, que no ha dejado de sonar en el Caribe colombiano cada mes de diciembre desde su estreno en el año 61. Es la banda sonora de la añoranza, del reencuentro y del disfrute que va desde la primera fiesta de la temporada, la celebración de la Inmaculada Concepción, pasando por Navidad y Nochevieja, para rematar con el mayor desenfreno con licencia y bembé colectivo, el Carnaval.
Es una pena no disfrutar como quisiéramos de estas celebraciones, pero ahora todas, sin excepción, son plato de segunda mesa. La preocupación, entiendo, no debe ser no poder cenar unidos una o dos noches, sino mantener la salud, evitar volver a colapsar el sistema sanitario y recuperar el pulso de la economía, suficientes razones para celebrar después.
Para unos será más duro o llevadero que para otros, pero ni nos vamos a echar a morir por dejar de celebrar un año la Navidad o Nochevieja ni vamos a dejar de querer a los nuestros por no poder compartir un rato junto a ellos. No es lo mismo, pero siempre tenemos la opción de la tecnología para interactuar.
El desmadre en oferta creció desde el black friday. Sobrevivimos a la Inmaculada. Queda Navidad y fin de año y el Carnaval, nada menos. “Rema, rema, que va llegando Juan, rema, rema, que va llegando ya…” Hasta la letra de ‘Las cuatro fiestas’ parece pedirnos algo de paciencia. Tarde o temprano, celebraremos.