Estudiar o estudiar
Si es que se puede, claro, porque dando por descontada la voluntad del joven, somos muchos los padres que mientras esperamos junto a nuestros hijos a ver si alcanza la nota de la Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU) en una u otra carrera, tenemos la calculadora en mano mirando de reojo a los buitres de los bancos para conseguir que el chaval o la chavala pueda prolongar su vida de estudiante en la U, ciclo de formación profesional o en cualquier otro nivel de preparación que le ayude a sobrevivir y crecer.
Son muchos factores los que deben conjugarse para ese objetivo, y es que está visto que solo el estudio no garantiza la realización de sueños. La carrera de la vida es tan de ultra fondo que deja los cuatro, cinco o más años universitarios en apenas el calentamiento.
Tampoco es fácil la elección de qué estudiar. Es hora del conflicto entre lo que gusta o por lo que hay auténtica vocación frente a las posibilidades económicas para estudiar y dónde hacerlo, que es otra variable, frente a la duda si lo que gusta tiene encaje en el mercado laboral o hay saturación de profesionales en la rama objeto de estudio e incluso si realmente el joven estudia lo que desea o prefiere complacer a padres o tutores. Vaya lío.
En Canarias, más de la mitad de las 193.742 personas que actualmente se encuentran en situación de desempleo, en concreto, el 51,8 por ciento, solo tienen estudios de primaria. Y si a esta estadística oficial le sumamos el porcentaje de quienes aparcaron sus estudios en educación secundaria, el 36,9 por ciento, pues resulta que el 88,7 por ciento de los demandantes de empleo en Canarias son hombres y mujeres que tienen que afrontar un mercado laboral exigente y competitivo con insuficiente preparación, hándicap acentuado si la pretensión es buscar oxígeno fuera del Archipiélago.
Por supuesto que es válido dedicarse a trabajar desde muy joven y no estudiar. Hay personas creativas y con excelentes habilidades para los negocios que han conseguido constituir y expandir empresas que empiezan a dejar en manos de descendientes mejor formados y especializados, por algo será.
Ya lo traté en otra columna sobre ninis, pero quiero recordar que en España roza el 20 por ciento los jóvenes que ni estudian ni trabajan en la franja de edad entre 15 y 29 años, aparte de la tasa de abandono escolar, y aquí, como describe un refrán directo y muy popular en Latinoamérica, es cuando la puerca tuerce el rabo, vamos, que la realidad está jodida.
Admiro a las personas que demuestran ganas y ambición por formarse a cualquier edad. Y me refiero a esa sana y productiva codicia porque esta semana repasé el corto The Black Hole (2008), de producción británica y menos de tres minutos de duración, que resume en una estupenda metáfora hasta qué punto puede llegar a sufrir el ser humano preso de su avaricia por el dinero. Que el agujero negro en el cerebro no nos aparte de la ambición por aprender, sobre todo entre nuestros jóvenes que empiezan a calentar para la ultra fondo de obstáculos de toda una vida.