El perdón
Cuesta darlo y también aceptarlo, sobre todo cuando el horror y la muerte violenta están de por medio. Si hacemos un recorrido por la prensa y los hechos que nos envuelven el día a día creo que es hasta lógico desconfiar de la capacidad de arrepentimiento del ser humano, no es fácil creer en la enmienda, ya no es fácil creer en las personas.
No necesitamos pelis o series de televisión para alimentar el rencor, pero si es verdad que recibimos un aluvión de productos audiovisuales entregados a la venganza y la violencia. Lenguaje hiriente se hable o no de guerras entre países o conflictos internos. Tampoco hace falta ver ficción pura, con la realidad disfrazada de ficción hay armas de destrucción masiva de sobra, esas que hubieran querido encontrar los tres magníficos, Bush, Blair y Aznar, para justificar su invasión a Irak y guerra planetaria del terror. Por cierto, ¿nos acordamos de esos miles y miles de muertos?
En la pantalla chica y en los dispositivos móviles tenemos toda una máquina de odio mimetizada en el “entretenimiento”, pero insisto, la realidad supera la ficción. Un buen ejercicio es ver con detenimiento cinco minutos de cualquier “debate” de sus señorías en el Congreso de los Diputados español para darnos cuenta que los insultos y la estupidez ganan de calle a la sensatez.
Esta semana, el 20 de octubre, se cumplieron 10 años del fin de la actividad armada de ETA. Escuché y leí transcritos con atención muchos de los testimonios públicos de familiares de víctimas de muertes violentas y de gente sobreviviente directamente afectada que hacen esfuerzos por superar el dolor. Son situaciones tan personales y sentimientos y emociones tan propios vividos en hechos violentos que no procede entrar a valorar la decisión de quienes ya han decidido perdonar y dar una segunda oportunidad a sus agresores o de quienes sienten que es imposible conceder el perdón. Absoluto respeto.
En cualquier caso, sí que valoro este décimo aniversario como una conmemoración de un hecho histórico a partir del cual se evitaron más muertes. Lo triste es que los partidos políticos españoles, que supuestamente rechazan la violencia, han aprovechado la efeméride para tirarse una vez más los trastos a la cabeza con parte de su arsenal de improperios, que eso sí que se les da muy bien, sin importarles ni la memoria de los fallecidos ni el sentimiento de los familiares ni la connotación democrática que sigue teniendo el fin de este capítulo violento para la sociedad española. Absoluta falta de respeto.
En su historia reciente, Colombia también vivió un hecho significativo que ha evitado muchas muertes, pero que lamentablemente no ha cerrado definitivamente el capítulo violento de los últimos 50 años. Intereses más claros que oscuros, desde el propio Estado, continúan alimentando el odio cercenando el legítimo deseo de reconciliación de gran parte del país. El 26 de septiembre de 2016 el gobierno de entonces y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmaron en Cartagena de Indias el Acuerdo de Paz después de cuatro años de negociaciones en La Habana.
Es imposible, en el caso de Colombia, en el de ETA o en cualquier otro, eliminar de nuestra memoria hechos graves susceptibles o no de perdón, al margen de la actuación impecable que se espera de la Ley y la Justicia. Son situaciones muy dolorosas y llenas de horror que demandan un grandísimo esfuerzo de la sociedad y, por supuesto, de las familias afectadas. Debe ser muy complicado recordar sin odio un hecho que se llevó la vida de un ser querido y que de paso te arrancó parte de la tuya y debe ser muy difícil vivir sin resentimientos, por eso admiro a hombres y mujeres que intentan pasar página sobreponiéndose incluso a la tentación de venganza.
En un plano más personal, seguramente en algún momento de la vida sentimos la necesidad de ser perdonados confiando en la capacidad de arrepentimiento del otro y de que la persona afectada se pusiera en nuestro lugar. Cuesta también si entendemos el perdón como signo de debilidad o de ausencia de justicia, complejo asunto.