Black year
Por mucha crisis es difícil zafarnos del instinto consumista que nos acompaña, y ya el viernes negro, en el año más negro, asoma la cara, el 27 de noviembre, aunque algunos comercios alteran esta estrategia de impulso a las ventas, importada de la ‘Yunai’, estirándola durante una o más semanas.
Nos encontramos este black year ante una economía del hogar que no está para tirar voladores frente al legítimo propósito de los negocios, los que han conseguido mantenerse abiertos, de cumplir cuanto menos con uno de los tres objetivos ‘objetivos’ de cualquier empresa: supervivir. Son mucho menos los negocios que podrán decir que han sido rentables o han crecido. El covid-19 rompió la trilogía de supervivencia, rentabilidad y crecimiento, aunque sin rentabilidad, en una economía de mercado, es difícil que la empresa pueda perpetuarse. Podría hacerlo, pero hasta cierto punto.
La Asociación de Trabajadores Autónomos de España (ATA) desvelaba esta semana datos nada alentadores de su último barómetro: 1,6 millones de trabajadores por cuenta propia han visto caer su facturación en más de un 60 por ciento, 370.000 mantienen su actividad productiva cerrada y uno de cada tres sufre morosidad. Y paro de contar.
Cada día, cada venta, por pequeña que sea, es un canto a la supervivencia. No puede escaparse ni un céntimo de euro. Aunque haya objetivos marcados a mediano y largo plazo, las empresas hoy hablan poco del aumento de su participación en el mercado. El pequeño y mediano comercio va tirando del día a día para cubrir gastos fijos y poco más. La reinvención y diversificación en la venta de productos le ha salvado los muebles a unos, pero la amenaza del comercio electrónico de compañías globales que venden online, lo inimaginable, y con envíos gratis o a bajo coste, puede terminar cerrando más puertas de comercios de barrio. La tecnología, como la competencia, el mercado, el producto, el capital y el recurso humano, es uno de los factores determinantes de la supervivencia.
Hay pesimismo en la recuperación y por eso campañas como el Black Friday son vistas como un pequeño respiro en el brusco descenso de la demanda y la carrera por alargar el ciclo de vida, más ahora que hay que adaptarse rápidamente a las circunstancias, muy cambiantes, además.
En mi condición de consumidor, espero, como mínimo, una relación comercial justa donde pago por un producto o servicio que debe tener las características que el vendedor me ofrece. Ya yo decido si el precio se ajusta o no a mi bolsillo. Lo que no podemos pretender es exprimir o engañar al consumidor considerándolo como tabla única de salvación del negocio.
—Y ya hablas del Black Friday—, me dijo un conocido, —Sí, no pasa nada, en mayo ya escribí sobre la poca atención a la educación y de la cercanía del curso escolar, y mira lo que ha pasado en septiembre—. El Black Friday no es otra cosa que el inicio anticipado de toda la temporada de Navidad, nada menos, la que puede ayudar a unos y hundir definitivamente a otros.
Hay una bellísima canción del fallecido compositor colombiano José Barros titulada ‘Navidad negra’, que no tiene nada que ver con una connotación negativa de la celebración, solo que el maestro Barros, magistralmente y con rumor de cumbia, describe cómo la luna cobija a los valientes pescadores en su rito de festejo de cantares la noche de Nochebuena. Así sí que apetece vivir una negra Navidad.