Una banderita no hace al monje

Por supuestísimo, ni más faltaba, que el que desee y le de su real gana puede exhibir banderita de la forma que quiera y donde le apetezca, aunque cualquier manifestación patriótica no supone para nadie la acreditación de ser mejor o peor ciudadano o más o menos demócrata.

Eso es harina de otro costal que va muchísimo más allá, y de lejos, de la ostentación de símbolos nacionales que a todos nos enseñaron a respetar desde  temprana edad cuando formábamos con reverencia en el patio del colegio frente a la bandera de tela.

Vemos la proliferación de banderitas impresas en pulseras, gorras, mascarillas, ahora con el covid-19, y en otros productos que, aparte de tener una utilidad o ser artículos ornamentales, o ambas cosas, parecen reconvertirse en elementos de merchandising ideológico, o al menos algunos así lo pretenden. 

Colectivos y sobre todo partidos políticos han optado, no todos, por usar y repartir símbolos nacionales como muestra de máximo amor al país, que están en todo su derecho de hacerlo, pero me parece un juego peligroso intentar marcar distancia entre los que supuestamente quieren más y quieren menos el bienestar para la nación.

En mi opinión es un planteamiento que no solo se aleja de los preceptos democráticos, de consenso, respeto a los derechos y diferencias y libre pensamiento que transmiten a la población, que no sabemos si de dientes para afuera, sino que suscita mayor crispación y polarización, es decir, todo lo contrario a lo que fanfarronean a diario.

Así como el hábito no hace al monje, no podemos ser tan simplistas de creer que la exhibición de símbolos hace al buen ciudadano o al buen representante público. 

En España crece el escándalo por la supuesta comisión de 65 millones de euros de Arabia Saudí al rey emérito Juan Carlos I a cuenta de su  mediación en el contrato de construcción del tren de alta velocidad entre Medina y La Meca.

La Fiscalía del Tribunal Supremo ya investiga el hecho por serios índicos de posibles delitos de blanqueo de capitales y fraude fiscal, pero resulta que partidos constitucionalistas, los que más agitan la bandera de amor a la patria y de la defensa de lo público, rechazaron en el Congreso la conformación de una comisión de investigación sobre las actuaciones del exjefe del Estado propuesta por otras formaciones, amparados en que la inviolabilidad del exjefe del Estado es permanente, torna que puede cambiar  más rápido de lo imaginable por la precipitación de hechos y pruebas. Ya veremos.

Del manifiesto firmado y publicado hace escasos días por personalidades internacionales del mundo de la cultura, que reclaman mayor debate para contrarrestar la censura,  me llamó especialmente la atención cuando señalan el debilitamiento de las normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica.

La censura, advierten, “se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral cegadora”.

Tenemos el compromiso de ser verdaderamente inclusivos, solidarios, respetuosos, críticos y autocríticos. No solo es cuestión de exhibir más o menos banderitas, de creerse más español que El Quijote o de imponer dogmas o doctrinas con un hedor bastante rancio.