Aroma de comercio cercano
Un grupo de jóvenes organizados por una ONG en Cataluña se puso manos a la obra para ayudar a salvar el comercio de proximidad. Chicos y chicas reparten por su barrio, a pie o en bicicleta y sin coste alguno para compradores y vendedores, los productos de tiendas cercanas como un gesto solidario que suma al propósito de mantener los negocios abiertos ante la fuerte bajada de ventas cara a cara, la falta de liquidez y los nuevos comportamientos adoptados por el consumidor como consecuencia de la pandemia y sus restricciones.
Esta acción honra a la juventud y al voluntariado mundial que durante el año ha trabajado, duro y parejo, para colaborar en distintos frentes desenmascarados por el covid-19. Hemos visto a voluntarios cocinando o repartiendo alimentos, otros haciendo mandados a gente mayor o discapacitada, y distintas tareas verdaderamente impagables, por el servicio material que prestan y por el cariño y apoyo que ofrecen a los beneficiarios. Es un hecho que además sirve de estímulo a la sociedad para conseguir que más voluntarios ayuden a más personas.
Sin mancillar el comercio digital, opción global de comercio con condiciones y ventajas distintas, el comercio cercano, el de la pequeña y mediana empresa, refleja el valor de la comunidad, el valor del espacio físico y el de la relación directa entre vendedor y cliente, relación, por ejemplo, que los bancos tienden a desterrar amparados en la tecnología y la virtualidad, con la connivencia de algunos empleados, no todos, que parece que les molestara atender a los clientes, obviando torpemente que si desaparece por completo la atención personalizada, desaparecen también sus puestos de trabajo.
Uno de los planteamientos que me llamó la atención de esos jóvenes que hacen gratis los domicilios en su barrio, es que se niegan no solo a que el comercio cercano desaparezca y se resienta aún más la economía, sino que se muestran muy preocupados por perder rostros conocidos y amables, por perder gente con la que interactúan y aprenden a diario, valores de relaciones interpersonales, tal vez despreciados por la rutina, que la pandemia nos ha hecho volver a estimar.
En la lucha por mantenerse en el mercado, no solo están las tiendas de alimentos, de ropa o accesorios, peluquerías, bares y restaurantes, también están las librerías y editoriales independientes, no se nos olvide. Si ya antes del covid-19 sobrevivir para ellas era casi un milagro, ahora hay que ser muy tozudo e ingenioso para poder asomar la cabeza por arriba del agua.
Lo explicaban muy bien las líderes de dos pequeñas editoriales, pero con grandes catálogos de obras, en un coloquio virtual de la Feria Internacional del Libro de Barranquilla. Claudia Zoe Bedrick, de Enchanted Lion Press, y María Osorio, de Babel Libros, contaron esta primera semana de noviembre sus experiencias de supervivencia comercial en Nueva York y Bogotá, respectivamente.
En enero, recordaban, no empieza un nuevo mundo. Ni habrá una nueva o mejor sociedad, agrego yo. Con las campanadas de medianoche del 31 de diciembre no se acaba el covid-19, sería de ilusos pensar que la situación actual diste mucho de la que vivamos a principios de 2021. Los comercios se enfrentan a la creación constante de estrategias en un escenario incierto y cambiante que confronta duramente su forma de pensar y actuar con las órdenes del mercado, que puede y está dictando el cierre.
Para continuar con el ejemplo de supervivencia de librerías y de pequeñas editoriales, que sencillamente tienen que hacer lo mismo que una gran editorial pero con menos recursos, diseño, impresión, promoción, distribución, ventas y más, algunas han abierto pequeños espacios, estilo biblioteca, para atraer público intentando crear una relación fluida del lector con el libro, para que la decisión de compra salga de esa relación y no producto de una necesidad netamente comercial. También crean programas de suscriptores con información actualizada sobre su catálogo y organizan conversatorios entre lectores para crear debate y estimular la investigación.
Desde el punto de vista del consumidor, la relación directa y personal con el vendedor no la ofrece ninguna gran plataforma de venta global. “Es mejor ponerte la mascarilla y salir a comprar”, anotaba la editorialista estadounidense, sin desconocer, por supuesto, que el comprador tiene la libre decisión de elegir entre apoyar negocios independientes o plegarse siempre a los tentadores descuentos de las plataformas de comercio digital que venden hasta una aguja. Por mucha crisis, algunos de los primeros estarán y volverán y las segundas seguirán creciendo hasta que su capacidad, pero sobre todo la legislación, lo permitan.