Año nuevo, vida vieja

La legendaria orquesta venezolana Billo’s Caracas Boys, toda una institución  respetada en Latinoamérica por sus más de 80 años de trayectoria artística, tiene entre sus incontables éxitos, que escucho y disfruto desde muy pequeño por los gustos  musicales de mis viejos y el propio ambiente festivo de Barranquilla, la ciudad donde nací y crecí, la canción ‘Año nuevo’, letra bailable e infaltable en celebraciones navideñas como entusiasta bienvenida al año entrante que lleva consigo un renovado llamamiento a la ilusión, y tanto, que empieza con un coro que dice:

 “Año nuevo, vida nueva

más alegres los días serán

año nuevo, vida nueva

con salud y con prosperidad…”.

Aunque sería terrible perder hasta la alegría y esperanza o la capacidad de trabajo, esfuerzo y superación con el cerebro como recurso de creación infinita, la cruda realidad también nos hace un llamamiento planetario a situar muy bien los pies sobre la tierra y determinar cuáles son las verdaderas prioridades en el hoy, en el ahora, ya que vivimos en un mundo azotado por la inmediatez.

Lo que estoy seguro es que no es la macro fiesta ni el botellón, ni el vacile en la calle sin precaución, ni ahora, ni a corto, ni a mediano plazo y quién sabe si tampoco a largo plazo. Si vacunado, con medidas de protección y cumpliendo los protocolos de seguridad dictados por las autoridades sanitarias no estamos exentos de contagio, eso sí mucho más seguros, ¿qué se deja para el desmadre?

Un día antes de Nochevieja, mi hijo, de 18 años de edad, me enseñó alarmado mensajes eufóricos en redes sociales festejando la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC) que desestimó la solicitud de aval del Gobierno de Canarias para la imposición del toque de queda en Nochevieja y Reyes en las islas  de mayor incidencia por covid.

Por el contenido de los mensajes queda clarísimo que el alud de festejo con sorna en redes no está motivado por el análisis sosegado del fundamento jurídico de la restricción del derecho a la libertad de circulación, sino más bien  por tener el camino expedito para divertirse sin autocontrol convirtiendo la noche y madrugada en caldo de cultivo de más contagios mientras que la variante ómicron no da tregua y los hospitales y el sistema sanitario vuelven a estar desbordados.

El mismo 30 de diciembre, un familiar llamó por teléfono al número habilitado por el Gobierno de Canarias para atención de la pandemia a efectos de reportar datos y pedir información complementaria por un caso de covid, pues tardó más de media hora en espera escuchando una grabación que pide disculpas a los usuarios debido a la “saturación del servicio por incremento de casos”.

El 31 pregunté a una vecina cómo seguía la salud de su marido ingresado en el hospital en la unidad de cuidados paliativos por una enfermedad bastante delicada que nada tiene que ver con el covid. Me contestó que no lo había podido visitar esa semana por los protocolos de seguridad activados como consecuencia de la subida de contagios y que el mismo personal sanitario suplicaba comprensión porque estaban “colapsados”.   

Esa es la realidad, nuestra realidad. El problema no es que algunos muchos no la quieran ver o aceptar, sino que su irresponsabilidad personal perjudica al conjunto de la sociedad, y ejemplos hay de sobra con tristes desenlaces.

Canto como la Billo’s deseando que este año más alegres los días serán, pero también “me basta con uno usado. ¡De aquellos en los que se vivía mejor!”, así contesta uno de los personajes de Carlitos y su perro Snoopy, la tira cómica creada por Charlie Brown en el 50, cuando su interlocutor le desea un feliz año nuevo.