El abrazo más potente que el odio
En la historia de México, el abrazo de Acatempan, el 10 de febrero de 1821, simboliza el acercamiento entre las fuerzas del virreinato español y el ejército insurgente que batallaba por la independencia. Con el abrazo entre Agustín de Iturbide, jefe de las filas realistas al servicio de la corona, y el destacado comandante rebelde Vicente Guerrero, finalizó la guerra y empezó a consumarse la independencia mexicana.
Uno de mis escritores preferidos e intelectuales de referencia, Eduardo Galeano, en su fantástico libro de microrrelatos ‘El libro de los abrazos’, que es de todos y para todos, nos dibuja realidades duras, muy crudas, pero a las que es capaz de exprimir lecturas muy positivas, aunque esas realidades no dejan de ser dolorosas. El sistema no alimenta ni el cuerpo ni el corazón, muchos están condenados a morir de hambre por falta de pan y muchos más por falta de abrazos.
La voluntaria de Cruz Roja Española, Luna Reyes, nos dio esta semana una lección de tantas cosas que para mi es insuficiente una columna de opinión para describirlas, y menos para expresar sentimientos derivados de su noble gesto, que como el libro de Galeano, debería ser de todos y para todos.
El abrazo de esta chica de tan solo 20 años a otro joven, un inmigrante procedente de Senegal que acababa de alcanzar exhausto la playa del Tarajal en Ceuta, escenario de la llegada a nado de cerca de 8.000 personas desde Marruecos en dos días, se erige como un monumento a la humanidad en medio de la peor crisis migratoria de las últimas décadas registrada en dicho punto fronterizo.
Ella resta importancia a la trascendencia mediática de la escena en la que primero le entrega una botella de agua y luego lo abraza mientras el chico, sin mascarilla, llora desconsoladamente sobre uno de sus hombros. Y cómo estaremos tan justos de valores, que lo que Luna ve como un hecho absolutamente obvio y natural, no nos cansamos de ponerlo de ejemplo en una sociedad perturbada por la miseria material y espiritual.
En ese momento no valen ni conflictos diplomáticos, ni represalias gubernamentales, ni órdenes militares, allí cuando observamos la debilidad del ser humano, usado y reducido a una mísera moneda de cambio, lo único válido es una respuesta humanitaria contundente.
Además de compromiso con la misión de la ONG que representa, Luna tuvo, en su fuero más personal, compasión, empatía y comprensión. Fácil citar estos valores pero difícil llevarlos a la práctica en un mundo inverso que rinde pleitesía al inmisericorde y fustiga al solidario.
La chica no solo fue atacada por xenófobos energúmenos en redes sociales por tenderle la mano al joven africano, sino que fue sentenciada sin piedad en esas plataformas plagadas de postureo e hipocresía de ayudarlo por su supuesta atracción sexual hacia los hombres negros, para transmitirlo de una forma decente. Así estamos, todo por un abrazo.
Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata. Los Nadies. De ‘El libro de los abrazos’, no hace falta decir más nada.